Thais Herrera: Mi llegada a Katmandú, la mística de Nepal
La tricolor está en la cumbre
"Cuando llegué a Katmandú, conocí al resto de alpinistas que iban a escalar conmigo" (Parte 3 de 12)
El 6 de abril, después de estar una semana preparándome en Ecuador, me despedí de mis amigos con un caluroso abrazo, de mi pareja con un beso muy sentido, preparé las maletas junto a mi amigo y guía Paul Guerra, y tomamos unos vuelos larguísimos. Estuvimos en el aire más de treinta horas. Viajamos de Quito a Panamá, de allí a Estambul, y luego hacia Nepal.
Mis primeras impresiones de Katmandú
Nunca había estado en la capital de Nepal. Llegué al aeropuerto de Katmandú tras más de un día de viaje y transbordos en distintos países. Ya había perdido la cuenta de las horas y tenía la percepción del tiempo alterada debido a los cambios horarios. Con todo el cansancio, fuimos a buscar las maletas, con la mala fortuna de que una de las mías se había quedado en Estambul. Paul tuvo menos suerte: ninguna de las suyas llegó. Entonces, empezamos a bromear: "Tendrás que ponerte mi ropa", le comentaba.
Así pues, con nuestra llegada a Katmandú y el retraso del equipaje, tuvimos hasta el día siguiente para disfrutar de la ciudad. Una vez llegaran las mochilas, debíamos ir al Tíbet de inmediato. Por esto, como buena dominicana, quería conocerlo todo en el poco tiempo que teníamos. Lo primero que me sorprendió de Katmandú fue ver a una ciudad muy rápida. El tránsito se ve muy desordenado. Además, está al nivel del mar y la temperatura es caliente. Es una urbe bulliciosa, con mucha gente de aquí para allá haciendo todo tipo de cosas.
Visitamos el templo de los monos, el templo hindú, la plaza Dunbar... Pudimos ver un poco de ese misticismo que tiene Nepal. Es un lugar en el que se cree con fervor, se ora mucho y hay banderas de oración por todas partes... Ellos creen que mientras las banderas están en movimiento, las oraciones fluyen. Llegamos hasta el templo de Budhanilkantha, donde había 400 monjes en una plaza grandísima entrando por una sola puerta pequeñita. Desde que llegamos a Nepal, notamos ese misticismo... Una conexión interesante con lo que te rodea que hace que la escalada al Everest sea especial. Por la noche, ya en el hotel Dusit Princess, ubicado hacia el norte de la ciudad de Katmandú, nos reunimos con los otros expedicionarios.
El momento en el que conocí a mis compañeros
El sol del 8 de abril se escondió, dejando una ciudad igual de caliente, pero más oscura. Fue entonces cuando conocí a los compañeros escaladores que iban a alcanzar la cima conmigo. Nos reunimos para cenar.
En el grupo había escaladores de distintas nacionalidades y continentes. Había un alemán, un japonés, un estadounidense, un austríaco, Paul y yo. Cada uno tenía su historia y estaba metido en la aventura por una u otra razón. El japonés, por ejemplo, estaba allí en su segundo intento de coronar el Everest. Otro de ellos trabajaba en una emisora de radio y se motivó a hacerlo porque su padre tenía cáncer... Todos teníamos nuestros motivos. En mi caso, la muerte de mi esposo y la convicción de alcanzar las cumbres más altas de cada continente hicieron que esa noche, en Katmandú, participara en esa cena de alpinistas.
También conocimos a los guías que nos iban a acompañar y a la cocinera. Empezamos a construir esa relación de crear equipo porque sabíamos que íbamos a pasar mucho tiempo juntos. Un tiempo en el que íbamos a pasar buenos y malos momentos. Un tiempo en el que hubo una espera que se hizo muy larga. Dios sabe que así fue.
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Un relato de Thais Herrera tal como se lo contó al periodista Miguel Caireta Serra.
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