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Cada ruta es un campo de obstáculos para las personas ciegas

Reportaje

Ramas y letreros demasiado bajos, escaleras que ocupan la calzada, vehículos, hoyos, cables o materiales de construcción minan el trayecto que debe recorrer una persona con discapacidad visual en la ciudad

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Cada ruta es         un campo de obstáculos para  las personas ciegas
Rafael Ruiz camina por una de las calles del Residencial Brisas del Isabela, sector La Zurza. (DANELIS SENA)

SANTO DOMINGO. Cuando empezó a escapársele la luz era un joven de 25 años de edad que avanzaba el sexto semestre de la carrera de Economía. Pero, a mediados de 1990, la vida se le trastornó a Rafael Ruiz. Dos años más tarde, su situación empeoró e hizo más oscuro el tono gris con el que veía el mundo.

Las tinieblas se posaron en sus ojos disfrazadas de glaucoma, una enfermedad rara y desconocida entonces para Rafael y para los primeros médicos que le atendieron, que consiste en un aumento de la presión intraocular que destruye el nervio óptico.

Con la enfermedad se fue la luz que le mostraba el camino a seguir, que encendía sus energías y ganas de echar adelante a una familia de cuatro hermanos, sus padres y su pareja, que le abandonó, espantada por los nuevos afanes que le llegaron.

“Mi vida cambió muchísimo. La señora se fue, no podía seguir trabajando ni estudiando y tuve que volver a vivir con mis padres. Estaba bien, pues no me faltaba nada, pero invertí todo mi dinero en salud. Entonces empezaron los problemas de depresión, desorientación y frustración”.

Un día llegó a tomar un cuchillo para parar de un golpe el rumbo que llevaba y que le era extraño. Pero la angustia y las manos de su madre le detuvieron y le lanzaron, de un empujón, hacia una nueva forma de andar por la vida.

Abril celebrara el paso de la primavera de 1992, cuando decidió buscar ayuda en el Patronato Nacional de Ciegos, en donde adquirió los conocimientos que requiere una persona con discapacidad visual para seguir su vida de forma independiente, aunque no pudo seguir su carrera universitaria.

En el patronato aprendió sobre técnicas de orientación y movilidad, a reconocer los signos de referencia para transitar en las vías y se hizo técnico en terapia y masaje. También estudió locución, que le permitió trabajar en una emisora, es técnico en deporte, en comunicación y actualmente es el secretario general de la Organización Dominicana de Ciegos.

De su época de adolescente traía conocimientos técnicos en mecánica industrial y desde el año 2001 trabaja en el Consejo Nacional de Discapacidad (Conadis), donde actualmente se encarga de atender la central telefónica.

Rafael, de 53 años, cuenta con orgullo cómo ha sabido saltarse los obstáculos físicos y emocionales que le puso el destino. Sabe orientarse, bastón en manos, por las calles para no extraviar la ruta, emplear a fondo su oído para saber qué tan cerca o lejos se encuentra un vehículo, antes de cruzar la calle.

Sin embargo, tiene que luchar cada día con otras barreras sociales y arquitectónicas que, como trampas, aparecen a cada momento en su camino.

“Hay muchos obstáculos. Unos cuando caminas a pie, otros en el transporte”. En su caminar se puede encontrar, de repente, con letreros y ramas muy bajitas; aceras ocupadas con vehículos, materiales de construcción o llenas de hoyos. “Una vez me encontré con una escalera en la acera. Supe que estaba cuando me dio un golpe en el pecho y caí sentado”.

En el transporte, el obstáculo se transfiere a las personas. “Haces señas pero el chofer no se detiene. Pides una parada y te dejan antes o mucho después”.

Habla de ello mientras se dirige a su casa, tras agotar su jornada laboral en Conadis. Su trayecto, que le toma casi una hora desde la avenida 27 de Febrero con Máximo Gómez hasta el sector La Zurza, incluye hoyos en las aceras, vehículos estacionados en el paseo y una parada fuera del punto que solicitó.

Vive junto a su esposa en el Residencial Brisas del Isabela, un complejo habitacional construido por el Gobierno dominicano con el que fueron beneficiadas unas 30 personas ciegas que para entonces empleaba la Lotería Nacional. Su esposa era una de ellas.

Pese a la condición de muchos de los que allí viven, algunas de las calles no tienen aceras.

Rafael, que forma parte del grupo de 268,594 dominicanos que viven con discapacidad visual en el país, según la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), basados en la Encuesta Enhogar 2013, pide más educación para las personas.

“Hay que orientar a los que hacen las construcciones para que pongan rampas y no dejen los materiales en las vías. A la gente que sepa que no puede tener letreros muy bajitos. Que muchos creen que uno usa lentes para que se le vean bien en el rostro, pero es porque te protegen de una rama. A los alcaldes y las demás autoridades que toman decisiones, que no hacen nada (por corregir la situación)”, clama.

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