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Puerto Rico y RD: caminos opuestos en la liga nacional de baloncesto

En la Isla del Encanto se apeló desde el principio a un torneo grande; en RD se reparte por provincias

Puerto Rico y RD: caminos opuestos en la liga nacional de baloncesto
El dominicano Rigoberto Mendoza, de los Santeros de Aguada, intenta anotar ante la defensa los Leones de Ponce, en la serie final 2019 donde el sancristobalense salió campeón. Observa su compatriota Víctor Liz (24). (CORTESÍA BSN)

Esta historia es parte del especial “Ligas nacionales, la tarea pendiente” de Diario Libre, realizado por Nathanael Pérez Neró y Carlos Sánchez.

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La pandemia provocó que Puerto Rico detuviera en marzo pasado su principal torneo doméstico llamado Baloncesto Superior Nacional (BSN), una liga que en 2019 llevó 549,836 aficionados a las canchas y que se disputa desde 1929.

Pero a partir del 10 de noviembre lo reanudará en una burbuja de seis semanas con 10 equipos y 45 partidos, en el complejo turístico Wyndham Grand Rio Mar, una logística que conllevará una inversión de US$3.5 millones y 465 empleos durante el evento.

Se trata de una liga superior que exige una cuota de ingresos a las franquicias de US$500,000, que a pesar de los estragos del huracán María y la crisis económica que golpea ya por una década a la Isla del Encanto, tiene un tope salarial individual por temporada de US$40,000 y por equipos de US$550,000.

Son unos números que se han reducido en la última década, al igual que el número de equipos, para garantizar la salud, puesto que hasta 2013 un jugador, como el centro Peter John Ramos, cobraba hasta US$250,000 por una zafra.

“El BSN ha sido una liga que es parte de la cultura puertorriqueña. Año tras año se ha mantenido de una forma u otra activa y atada también al interés que es el deporte del baloncesto en Puerto Rico”, dice a Diario Libre el presidente del circuito, Ricardo Dalmau, cuyo padre, Raymond, es una leyenda del básquet hasta con bajo techo a su nombre.

“Hay un compromiso con proveer taller a los jugadores. Lo más fácil hubiese sido haber cancelado el torneo. Pero yo fui jugador (reforzó a Sameji en Santiago), sé lo que significa quedarte sin trabajo y lo arraigado que está esta liga no solo en la isla, sino también en la diáspora puertorriqueña”, dijo Dalmau, cuyos hermanos Richie y Christian también fueron jugadores profesionales.

“Es cuestión de verlo como ciclos naturales que ocurren en cualquier negocio, en cualquier deporte. Me tocó, obviamente, en un momento que tiene retos la liga, pero tiene mucho arraigo”, agregó.

El estudio más reciente de impacto económico de esta liga arroja un movimiento de entre US$12 millones y US$15 millones. A Dalmau le ha tocado la dura tarea de gerenciar en crisis, pero lo asume como otro reto como los que ha tenido en su carrera como contador público autorizado, que ha ejercido por casi 15 años.

“El BSN se ha ido transformando, pero también ha tomado esas decisiones difíciles pensando en el mejor interés de la liga y del deporte. Hubo un momento donde había unos salarios altísimos, pero eran condiciones económicas distintas a las que son ahora”, dijo Dalmau, quien tiene una maestría en gerencia en la Universidad de Phoenix.

Observó que no es solamente la industria deportiva. “Ha cambiado drásticamente la forma de hacer negocios en todas partes del mundo, y en el deporte, las ligas deportivas profesionales que han podido avanzar con la tecnología, han podido mantener su estándar económico como lo tuvieron antes”, agregó.

“Hay otras ligas que les ha tomado un poco de más tiempo avanzar a las nuevas tendencias que están ocurriendo y, a medida que lo vayamos haciendo, podemos aspirar a lo mejor, a elevar el estándar económico del que a su vez se benefician los jugadores”, puntualizó.

Presenciar un partido costó desde US$4.48 en Fajardo hasta US$8 en Quebradillas en graderías. A nivel de preferencia iban desde US$20 hasta US$28.43. Los VIP valían desde US$40 hasta US$60, antes de impuestos.

El caso dominicano

La República Dominicana lleva más de 30 años buscando la tecla que dé con el punto para establecer una liga de carácter nacional que sea atractiva para el público y patrocinadores, y que genere los recursos por sí sola para montar un espectáculo a la altura y ser un laboratorio para el desarrollo de talentos.

A finales de la década de 1980, la Comisión Nacional de Baloncesto (Conabas) creó un torneo que reunía a los equipos campeones de los principales campeonatos provinciales, pero fue un experimento efímero que se jugó hasta 1990.

En 1999, la idea fue retomada y solo se jugó ese año. Dos años más tarde, la Federación Dominicana de Baloncesto, en manos de Frank Herasme, experimentó, incluyendo todos los clubes del torneo distrital con equipos de diferentes provincias. No pasó de ahí, y el debutante Villa Francisca se coronó campeón a puertas cerradas tras protagonizar violentos incidentes con la representación de Puerto Plata.

Para 2005, con el exselección nacional Pedro Leandro Rodríguez como arquitecto, fue lanzada la Liga Dominicana de Baloncesto (Lidoba), con franquicias en el Distrito Nacional, San Cristóbal, Puerto Plata, La Vega, Santiago, La Romana, San Pedro y San Francisco de Macorís, que disputó durante el verano cuatro campeonatos con relativo éxito hasta 2008.

Esa liga fue retomada en 2010 con nuevos inversionistas y el nombre de Liga Nacional de Baloncesto (LNB), con las mismas sedes -salvo en San Cristóbal y dos en la capital, que permanecen hasta la fecha-, si bien el campeonato 2020 fue suspendido a causa del COVID-19.

La plaza de San Pedro de Macorís perdió su equipo previo al curso 2014, cuando los Cocolos se transformaron en Soles, que han jugado en Los Mina, Villa Juana e Invivienda. En Puerto Plata se jugó por última vez en 2017, y sus directivos alegaron que el deteriorado polideportivo Fabio González no reúne las condiciones.

Para este 2020, la LNB cesó y suenan tambores para volver el próximo año con la posibilidad de jugar de nuevo en San Cristóbal y en una posible sede en Las Caobas, en Santo Domingo Oeste.

“Las franquicias son idiosincrasias. El Licey tiene ciento y pico de años, el Escogido, las Águilas... Si te pones a ver los torneos que están establecidos, San Lázaro tiene 50 y pico de años, Mauricio Báez 50 y pico de años; Sameji, Ciro Pérez en San Cristóbal, Chola en La Romana... son franquicias que tienen 40 años ya dando el servicio al deporte y la cultura, se han formado muchos profesionales”, opina Rafael Uribe, presidente de la Federación Dominicana de Baloncesto (Fedombal) y quien fuera gerente del club San Lázaro en el básquet capitaleño.

Uribe entiende que el baloncesto dominicano ha crecido demasiado apegado a los clubes y el público responde más a la rivalidad entre los sectores de su provincia o el Distrito Nacional que entre demarcaciones más allá de sus fronteras.

“Todavía tenemos una liga que no está bien con sus pies, ha tenido sus altas y sus bajas, una liga de tres meses; quisiera que fuera una liga mayor, de cinco o seis meses, como la de Puerto Rico y otros países y así poder hacer torneos”, dijo Uribe, también ejecutivo de la Federación Internacional (FIBA).

A su juicio, el básquet tiene un calendario nacional muy apretado, pero disgregado en más de 60 torneos provinciales y municipales que están muy arraigados en el público de esos sectores.


Uribe cree que si el país dispusiera de un sistema ferroviario, que facilitara el transporte entre provincias, sería más viable una liga nacional.

Antonio Valdez, autor de varias publicaciones referentes al baloncesto dominicano y quien cubriera por casi tres décadas para diarios nacionales, entiende que el problema nació con la misma expansión del básquet después de los XII Juegos Centroamericanos y del Caribe celebrado en la capital dominicana para lo que se construyó el Palacio de los Deportes Virgilio Travieso Soto.

Desde su punto de vista, el torneo capitaleño era de facto el nacional, con una instalación moderna y única en la isla que era un enorme atractivo para atraer fanáticos de las provincias, pero no tomó la decisión en el momento de más esplendor para llevar la experiencia más allá de la Media Naranja.

De hecho, ha sido en Santo Domingo, esa gran urbe de unos tres millones de habitantes, donde más ha costado convencer al público de asistir a las canchas.

Esfuerzos no han faltado. Desde asociarse con un equipo de tanta tradición en el béisbol como el Licey, hasta rifar yipetas, realizar actividades recreativas para atraer a los niños o mover el torneo a instalaciones más pequeñas como clubes o el Palacio del Voleibol, los ejecutivos han apelado a diferentes recursos, pero el público no ha conectado.

TEMAS -

Licenciado en Comunicación Social egresado de la universidad O&M. Ejerce como periodista especializado en deportes desde 2001.