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Las luces de las ciudades ocultan las estrellas

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Las luces de las ciudades ocultan las estrellas
La creencia de que la luz artificial aumenta la seguridad en las carreteras y evita los crímenes no se basa en evidencias científicas. (GABRIEL SOCÍAS)

SANTO DOMINGO. Observe una estrella, la que más le guste. Piense por un instante que acaba de ver el brillo del pasado de un objeto que está estrechamente vinculado a su propia existencia. ¿Abrumador? Tal vez.

Las violentas explosiones de las primeras estrellas que poblaron el universo, probablemente de masas mucho mayores que las estrellas actuales, llenaron el espacio de elementos pesados, gran parte de ellos esenciales para la vida.

El calcio en nuestros huesos, el vital carbono para nuestras células, el potasio o el hierro en nuestro torrente sanguíneo no llegaron a nuestros cuerpos por casualidad. Estos elementos están relacionados hasta su base constitutiva en miles de estrellas que brillan en unos cielos cada vez más difíciles de observar.

Cielos que hablan

El fundador del Observatorio Griffith, ubicado en la ciudad de Los Ángeles, California, planteó en una ocasión que el mundo cambiaría, si la Humanidad pudiera mirar a través de un telescopio. Aunque categórica, la sentencia del filántropo estadounidense Griffith Jenkins Griffith nunca le ha restado importancia al acto elemental de divisar los cielos a simple vista.

Y es que desde tiempos inmemoriales, la Humanidad ha contemplado el cielo nocturno. La observación de las estrellas es, tal vez, una de las actividades más remotas de nuestra especie, y su estudio detallado nos ha permitido tener una mejor comprensión de nosotros mismos y de la vida en sentido general.

En principio, las estrellas nos sirvieron (y todavía lo hacen) como un mapa en el firmamento que indicaba el momento preciso para cosechar, por ejemplo, o bien como brújula para los navegantes.

Por desgracia, su observación se hace cada vez más difícil en nuestros días, principal mas no exclusivamente en los densos núcleos urbanos del planeta, como consecuencia de la contaminación lumínica provocada por la luz artificial.

Mapa de la isla La Española que muestra la distribución del brillo artificial del cielo nocturno en la República Dominicana y Haití. (VIIRS)

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Infografía

Sin estrellas

Este año, la revista Science Advances presentó “El nuevo atlas mundial del brillo artificial del cielo nocturno”, un extenso trabajo que tiene por objeto ayudar a los investigadores a enfrentar el vacío existente en la cuantificación a nivel global de la magnitud de la contaminación lumínica, un fenómeno que ha sido más que un dolor de cabeza para la astronomía.

Los autores del trabajo lograron establecer -mediante un software que calcula la propagación de la contaminación lumínica, nuevos datos de satélite de alta resolución y nuevas mediciones del brillo del cielo- que cerca del 83 % de la población mundial, el 88 % de Europa y casi la mitad de los Estados Unidos experimenta cielos nocturnos alterados por la contaminación lumínica.

Ciudades como Madrid, Nueva York o Los Ángeles, por citar sólo algunas, han perdido de forma dramática el esplendor de las noches estrelladas y en ninguna de ellas es posible apreciar la Vía Láctea.

Santo Domingo, una ciudad cuya expansión ha sido constante en la última centuria, no escapa a la contaminación lumínica de las grandes ciudades del planeta, y luce encaminada, también, a la triste realidad de otros cielos sin estrellas.

¿Por qué no podemos ver las estrellas?

Los niveles de iluminación natural en las noches -provenientes de fuentes de luz como las estrellas, la Luna o bien nuestra galaxia, la Vía Láctea- han sido alterados de forma alarmante por el ser humano, debido al uso extendido de la luz artificial y, en muchos casos, al inapropiado uso de ella.

Esta modificación es lo que se conoce como contaminación lumínica, y su efecto inmediato es el impacto que tiene para la observación astronómica, aunque también, y no menos importante, afecta considerablemente los ecosistemas nocturnos. Además, según recientes investigaciones y artículos referidos por Science Advances, la variación de los niveles de iluminación natural plantea serios problemas en la salud pública (trastornos del ciclo circadiano) y la economía (desperdicio de energía). La prestigiosa revista agrega que la contaminación lumínica es también una consecuencia de la creencia de que la luz artificial aumenta la seguridad en las carreteras y evita los crímenes, pero dicha creencia no se basa en evidencias científicas.

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