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Carlos Martínez relata como se convirtió en lanzador

Tuvo una gran motivación en Pedro Martínez quien lo vio lanzar en su primera vez

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Carlos Martínez relata como se convirtió en lanzador
Carlos Martínez se presentó a la Academia de Boston como jugador del campo corto. (AP/JEFF ROBERSON)

El trayecto de cada jugador para llegar a Grandes Ligas es diferente. Carlos Martínez cuenta la suya, explica el proceso de su firma con los Cardenales de San Luis y como fue comparado con el estelar del momento, su compatriota Pedro Martínez.

No solo “Pedro el Grande” tiene que ver en esa historia; también el Big Papi, David Ortiz, por lo que el propio lanzador de los Cardenales considera que la de él es mejor.

Entre las cosas interesantes que cuenta está el que inició su carrera como “shortstop”, y estuvo a los 16 años en la academia de los Medias Rojas de Boston en el Toro de Guerra.

Ahí también inicia su carrera como lanzador y sucedió de manera sorpresiva cuando fue llamado a subir al box en un partido inter-academia, “pese a que no estaba preparado para ello”.

Relata que se sorprendió cuando escuchó una voz que le gritaba: “¡Carlos, Carlos!, sube a la lomita. Apúrate, ¡vamos!”.

Cuenta que hizo lo que le dijeron, apuró el pasó para llegar al montículo y después, comenzó a mover el brazo derecho en grandes círculos para aflojarlo lo más rápido que podía y “no tuve tiempo para hacer otra cosa más que eso”.

En ese instante, ahí nació quien hoy es uno de los principales lanzadores en la rotación de los Cardenales de San Luis en la Liga Nacional.

El mantener una velocidad de “92” millas fue su primera motivación. Escuchó eso en cada lanzamiento que hizo y después de varios lanzamientos “respiré profundo y miré detrás del backstop y vi a este hombre realmente grande ahí, riendo y sonriendo y supe inmediatamente que era David Ortiz.

“Mi corazón literalmente saltó de mi pecho cuando miré más de cerca y pude notar que él está platicando con Pedro.

Pedro había sido mi héroe desde que era un carajito. Cada quinto día durante la temporada de béisbol era básicamente el “Día de Pedro” ahí donde crecí yo, en Puerto Plata. Todos literalmente corríamos del instituto a la casa para hacer nuestras tareas y después vernos en este café que pasaba los partidos. Había como 50 niños ahí alrededor de la pantalla gritando y ovacionando, echando el pulmón por él”.

Y en su relato Carlos Martínez indica que “el lanzamiento que hice después de verlos, el hombre con la pistola radar gritó “93”, y de ahí solo subió y subió. En la siguiente entrada, sólo después de tener tiempo de procesar que Pedro y David estaban viéndome pichear; así, de alguna forma, estaba por encima de las 90 millas.

Todavía me acuerdo del hombre gritando “96” ... y de mí no creyendo lo que escuchaba.

Yo era shortstop. Era menudito, pero de alguna forma, ese día, enfrente de dos de mis ídolos del béisbol, encontré la forma de pisar la loma y lanzar una bola a 96 millas por hora.

“Cuando el juego acabó, Pedro y David llegaron conmigo. Era irreal. Querían platicar, pero recuerdo que yo sólo escuché. Puedo recordar la conversación, palabra por palabra, aún después de todos estos años.

“Fue el Big Papi” quien habló primero: “Mi hermano”, me dijo, “Tú puedes ser el futuro Pedro Martínez”.

Pero estaba Pedro justo al lado de él, asintiendo.

“Tú debes dejar de jugar como shortstop ya, te digo. Quédate como pícher y ponte a trabajar duro porque tus habilidades son excepcionales”. En ese momento, Pedro me jaló a un lado y me dijo “si tú te mantienes humilde y trabajas duro, puedes ser reconocido como pícher”.

Nunca olvidé ese consejo. Dejé de jugar como shortstop y, poco después de esa plática, firmé mi primer contrato de ligas mayores.

Pienso continuamente en ese día en el Toro pero, ¿sabes? La forma en que logré ganarme un lugar en San Luis, como pícher de los Cardenales, es de hecho más increíble que la historia de cómo firmé.

Vengo de un lugar conocido como El Avispero. Es uno de los lugares más pobres de República Dominicana.

Mi mamá murió cuando yo tenía ocho meses de edad y nunca conocí a mi padre, así que fue mi abuela quien me educó. Como yo digo, ella es mi “Mamá” o “Mami”, desde que yo me acuerdo.

Nuestra casa estaba hecha de blocs, y tenía solamente dos cuartos. Ahí estábamos mis hermanos, un tío, la esposa de otro tío mío, mi abuela y mi abuelo, todos apretados en esos dos cuartos. Éramos muy, pero que muy pobres; sólo comíamos una vez, a la hora de la comida. No teníamos para desayunar o para almorzar. Normalmente nuestra comida era yuca frita. A veces también comíamos arroz con espagueti o arroz con plátano.

Donde vivíamos era casi como un vecindario, en un callejón. Nuestra casa estaba bajo una colina. Había ahí una alcantarilla, por encima, donde la gente tiraba basura y cosas, entonces, cada vez que llovía la alcantarilla se desbordaba y toda el agua contaminada corría hacia nuestra pequeña casa. Todo se inundaba.

A punto de ser sacerdote

Cuando hizo la primera comunión tenía 12 años, y después de la misa el hombre que guió el servicio nos miró desde el altar y les preguntó que quién de nosotros quería estudiar para convertirse en sacerdote.

“Yo no levanté la mano, pero el mejor amigo mío, que estaba parado junto a mí, él sí levantó la mano”. Así que el sacerdote envió a alguien para anotar los nombres de las personas que habían alzado la mano y...”mi mejor amigo me jugó una pasada”.

“No fui yo”, dijo él, “Fue él que levantó la mano”.

La próxima cosa que pasó fue que me puse en camino para pasar un fin de semana en un retiro, pues yo era uno de los niños elegidos para mudarse de su casa al seminario en Monte Llano para que pudiera yo estudiar religión.

Ahí pasé los siguientes cuatro años de mi vida, estudiando y aprendiendo tanto como podía. Fue difícil estar lejos de mi familia, sin jugar béisbol, pero yo sabía que todo eso valdría la pena al final.

Entonces, cuando ya sólo me faltaba la última prueba para recibirme, ellos me dijeron que yo no podía continuar por algún problema con mi acta de nacimiento.

Yo estaba muy cerca de terminar. No pensaba que algo podría detenerme. Pero el director me llamó y me dijo que necesitaban pruebas de quién era yo. Y en ese momento, yo no tenía ninguna. Mi mamá nunca me registró, no registró mi nacimiento antes de morir, entonces un tío mío usaba un acta de uno de sus hijastros cuando alguien preguntaba por mis papeles. Cuando descubrieron en el seminario que yo no era yo, y que no tenía un acta de nacimiento válida, dijeron que yo no podía continuar.

Falta de documento lo sacó de Boston

De regreso a casa, me puse a practicar y me volví mejor y mejor en el béisbol, pero las cosas y la situación no habían mejorado para mi familia.

Tuve diversos trabajos ocasionales, limpiando zapatos, lavando carros o en la construcción, pero yo sentía que era más que nada una carga para mi familia. Nunca nos alcanzaba, y yo no quería comer en casa porque sabía que lo que yo comía lo podían aprovechar mis abuelos o alguien más de la familia mía. Así que, cuando el manager de mi equipo nos ofreció la opción de vivir en un pequeño departamento que él tenía para los jugadores que vivían muy lejos, yo tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida.

Empaqué todas mis cosas y me mudé a un departamento junto con siete u ocho jugadores más, para que mi familia tuviera más para comer.

Hice un compromiso conmigo: no regresaría a la casa de la mami mía hasta que yo estuviera firmado por un equipo de las ligas mayores y pudiera así ayudar a mi familia. Y lo cumplí. Cuando todos los demás muchachos que vivían ahí conmigo se fueron a ver a sus familias el 25 de diciembre, yo me quedé en el departamento, soñando en el día en que pudiera regresar a casa con dinero en mi bolsillo.

Era muy disciplinado. Seguí orándole a Dios. Fue pocos meses después que yo conocí a Papi y a Pedro cuando me firmaron los Medias Rojas.

Cuando por fin regresé a casa trayendo la gran noticia conmigo es algo que nunca olvidaré. Estaba demasiado contento.

Pero el bono por firmar no llegó. Yo estuve espere y espere, pero nunca llegó. Pasaron semanas y...nada. Entonces, un día, alguien del equipo vino y me dijo que mi contrato no era válido.

Todo por lo de mi acta de nacimiento.

Eso otra vez.

Y me dijeron que la MLB me iba a suspender por un año entero.

Era como si yo estuviera maldito –como si estos papeles de identidad que nunca tuve estuvieran ahí, presentes siempre, haciendo mi vida miserable.

Estaba demasiado triste por no poder jugar con el equipo de Pedro, pero yo me seguí diciendo que Dios tenía un plan para mí. Y seguí entrenando y mejorando aún después de recibir esas malas noticias. No me dejé quebrar. Pronto, yo estaba lanzando sobre los 90s sin problema alguno, y otros equipos empezaron a mostrar interés en mí.

Inclusive tuve que terminar haciendo pruebas de ADN para demostrar que mi mamá era en verdad la mamá mía – que yo era en verdad quien yo decía que era – y tomó muchísimo más de lo que yo hubiera querido salir de todo ese lío. Pero eventualmente todo se aclaró, y ahí fue donde los Cardenales aparecieron y cambiaron mi vida para siempre.

No sabía nada de San Luis

Yo no sabía muchas cosas sobre San Luis antes de firmar mi contrato con el equipo y convertirme en un miembro de la familia de los Cardenales.

Me da un poco de vergüenza admitirlo, pero yo lo que sabía solamente era sobre Albert Pujols y... bueno, eso era lo único que yo sabía sobre el equipo.

De los fans, sin embargo, yo había escuchado muchas cosas.

Cada persona con la que platicaba, si yo llegaba a mencionar San Luis, todos me decían lo mismo.

¡Son fans grandiosos!

Ahí aman el béisbol.

Esa gente tiene ... pasión.

Por supuesto, ahora sé que todo lo que la gente me dijo en ese entonces es cierto. Desde el momento en que pisé la ciudad, las personas de San Luis me reconocieron. Siempre se detienen para saludarme, para desearme buena suerte. Eso siempre me hace sonreír todo el tiempo, me encanta hablar y bromear con los fans y pasar un buen rato con ellos.

Son parte del equipo, si me lo preguntas. Su entusiasmo es inigualable. Cada vez que subo a la loma, me acuerdo de lo afortunado que soy por jugar frente a los fans de los Cardenales.

De muchas maneras, ellos me hacen recordar mi hogar, porque cuando juego en San Luis siento yo como si estuviera jugando en República Dominicana. Tienen el mismo fuego y la misma pasión y amor por el béisbol que yo viví a diario como niño que creció en Dominicana.

Inclusive, algunas veces, cuando estoy ahí arriba, parado en la loma haciendo todo lo posible por ganar por esta ciudad, todo me viene de repente...y yo me acuerdo de mis raíces.

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