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De Odebrecht, ética y banca

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De Odebrecht, ética y banca

Por Alejandro Fernández W.

Analista financiero

Andrés, un pequeño empresario, finalmente obtuvo el préstamo que había estado requiriendo a su entidad financiera. Una vez desembolsado, eso sí, Andrés le sacó “lo suyo” a Benito, el oficial de plataforma que le ayudó a tramitar la solicitud.

Carlota se percató de que David, su supervisor en el departamento de cobros del banco donde trabajaba, les “tumbaba” las moras y penalidades a los deudores de manera totalmente discrecional y que a veces se reunía en privado con esos clientes morosos para recibirles los pagos en privado, de manera directa y en efectivo.

Elías tenía que cumplir con la “cuota” mensual de nuevas cuentas de ahorro abiertas y tarjetas activadas asignada a él como oficial de plataforma en un banco. Era tanta la presión que recibía de sus supervisores que, como algo normal, Elías abría muchas de esas cuentas a nombre de sus clientes sin que ellos realmente las solicitaran y mucho menos las necesitaran.

Fernando trabaja en la tesorería de una entidad. Su tarea es colocar los excedentes de liquidez de depósitos que su banco no logra prestar. Aunque Banco X está dispuesto a pagar una mejor tasa, Fernando decide colocárselo a Banco Y, donde trabaja Gilberto, un buen amigo que regularmente le presta su casa de playa, con todos los gastos pagos.

Homero es gerente de una sucursal. Por sus tantos años de servicio (tiene más de 10 en la misma oficina) goza de la confianza tanto de sus supervisores en la principal, como de sus clientes y sus supervisados.

Cada cierto tiempo, Homero hace retiros de cuentas de clientes, sin que estos siquiera se den por enterados. Es tanta la confianza que le tienen esos clientes, que le han pedido a Homero que les retenga sus estados de cuenta en la oficina y ni siquiera los revisan por las plataformas de banca electrónica de la entidad.

Los cajeros tramitan estos retiros, con la sola firma del gerente, pues es el jefe, su supervisor inmediato (y además amigo, a quien le deben su empleo) y entienden que su autoridad es absoluta e incuestionable.

Lo que ni los supervisores de Homero, ni sus empleados ni mucho menos sus clientes sospechan, es que por muchos años Homero ha tenido una relación compulsiva con los casinos (específicamente con la ruleta) y que, entre visita y visita, ha acumulado varios millones en pérdidas por apuestas que hizo con el dinero de los depositantes.

La paja en el ojo ajeno

Los incidentes antes descritos no son producto de mi imaginación de escribidor. En el cuarto de siglo que llevo vinculado al sector financiero, he sido testigo de estos lapsus (y de otros, mucho peores) en la conducta ética de banqueros y banqueras con demasiada frecuencia.

Detesto pecar de moralista, porque fallas y debilidades tenemos todos, pero en un mundo donde todo se relativiza al extremo y donde la necesidad de “buscársela” es algo normal, que hasta se justifica en medios de comunicación, pues no hacerlo es propio de “pendejos”, que estos “lapsus” se den, una y otra vez, en todo tipo de entidades, no debe sorprender.

Correctamente nos indignamos con el escándalo de Odebretch y muchos otros que salen a la luz pública, con la pobre nota que sacamos como país en los índices de transparencia a nivel mundial y con la impunidad que, tristemente, caracteriza la débil persecución de estos actos de corrupción y desviación de recursos públicos.

Sin embargo, en nuestro quehacer personal, somos los primeros en pasarle “una papeleta de cien” al policía que nos detiene en la carretera (para “los refrescos”) o un sobrecito al colector de impuestos que “nos resuelve”.

Toca “defenderse”, como decimos en buen dominicano, igual como les enseñamos a nuestros propios hijos que, sea en la escuela o la universidad, si con un “chivo” o con plagiar un texto o copiarse de un compañero pueden “resolver” o hasta sobornar a un profesor o una maestra, ¡que resuelvan pues!

¿Aprender a ser ético?

Si no queremos descender aun más en una selva del sálvese quien pueda, como personas, como padres y como profesionales, toca hacer una parada en el trajín de nuestro día a día, vernos en el espejo y cuestionar nuestra propia conducta, nuestros valores y nuestras prioridades.

No podemos esperar que hijos de padres corruptos, que enseñamos en las escuelas y las universidades a ser tramposos o a “buscárselas”, luego lleguen a nuestras entidades financieras, por ejemplo, a ser banqueros o banqueras de conducta ética o irreprochable, custodios del ahorro y la confianza de toda una sociedad.

¿Pasos que se pueden tomar? Además de dar el ejemplo, desde la instancia más alta, cada entidad financiera tiene que elaborar un “código de ética o conducta” que vaya más allá de un simple panfleto que se entrega a los nuevos empleados.

De la simple prescripción o un aburrido listado de “qué hacer y no hacer”, se debe pasar a casos de estudio, casos reales (¡ojalá de situaciones que en el pasado se hayan presentado en la misma organización!), que coloquen a todo banquero o banquera en la posición de Andrés, Benito, Carlota, David, Elías, Fernando, Gilberto u Homero.

Ojalá, también, que a partir de la simulación y el estudio de esos escenarios reales, que no pueden limitarse al proceso de inducción sino que deben llevarse a cabo de manera continua, se desprendan debates, discusiones y reales consensos en torno a lo que es (y no es) aceptable en cada una de nuestras entidades financieras.

Muchas veces queremos pensar que las conductas de Andrés, Benito, Carlota, David, Elías, Fernando, Gilberto y Homero fueron aisladas. Únicas. Particulares.

Lamentablemente, por lo menos en mi experiencia, si se identifican esas conductas en algunos es altamente probable que estemos frente a un problema mucho más grave que, de no ser atentido, nos puede ahogar.

No hagamos, pues, como el capitán del Titanic. Abramos los ojos, en nuestros hogares, nuestras empresas, nuestros bancos y sí, en nuestra sociedad. Lo de Odebrecht, estemos bien claros, es solo la punta del iceberg.