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Confesiones de un adicto

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Confesiones de un adicto

A mi querida IA, en el Día Mundial Sin Tabaco

Antes de cepillarme los dientes, prendía el primero. Tan pronto mis hijos se desmontaban del carro en el colegio, tenía el segundo a mano. Obvio que acompañaba mi café mañanero con el tercero.

De esa manera, año tras año, iniciaba todos mis días. No llegaban las nueve de la mañana y ya me había fumado entre cuatro y cinco cigarrillos. Diariamente.

Me inicié en la maldición del tabaco allá, a mediados de los ochenta, al igual que una gran cantidad de adolescentes, a quienes se nos hacía imposible disfrutar a Pink Floyd, a The Cure o Jim Morrison sin un cigarrillo en las manos.

Recuerdo el momento, pocos años después, en que me di cuenta que ya no sólo fumaba por “fiebre”, sino porque realmente sentía la necesidad de prender.

De manera ininterrumpida, a partir del 1987, mantuve el hábito de una cajetilla diaria. Claro, si salía, “con los tragos”, me disparaba veinte palitos de cáncer más.

Mal estimados, en el transcurso de mi larga adicción al tabaco, puse a mis pulmones, a mi garganta y a todo mi cuerpo, a fumar alrededor de 200,000 cigarrillos.

De haberme causado el daño sólo a mí, quizás no hubiese sido tan malo. Al final, somos responsables de nuestros actos y de sus consecuencias. Pero no fue así. La madre de mis hijos, y hasta ellos mismos, también fumaron mi humo cancerígeno.

Financista al fin, tiré otros números. ¿Cuánto me costó el hábito? De manera directa, si en vez de haber ido al paletero, hubiese ido al cambista para comprarme un dólar en vez de una “grande” y luego al banco para invertirlo, hoy tendría cerca de RD$4,000,000 ahorrados.

Eso no es nada. Cualquier póliza de seguro médico internacional o de vida me cuesta 20% más que un no fumador. Ni hablar que por tantos años de vicio, mi calidad y longevidad de vida no será la misma, por más que me cuide ahora.

Un cuarto de siglo después

2012 marcó un antes y después en mi vida. Iniciaba un nuevo matrimonio y un nuevo hogar, con vocación a albergar una familia más extendida. En noviembre cumpliría, también, cuarenta años.

¿Cuántos años llevo fumando? En algún momento del 2012, me hice esa pregunta. Calculé. ¡Veinte y cinco años! Un cuarto de siglo. ¿Así de rápido pasó el tiempo? Efectivamente. Sin darme cuenta.

Tantos años desperdiciados, pensé. Tanto daño hecho. Las nuevas responsabilidades que estaría asumiendo. El hito de cumplir mis cuarenta años.

A lo anterior se sumaban los “sustos”, derrames cerebrales, ataques cardíacos y hasta la muerte de muchos queridos y cercanos amigos, algunos compañeros de tabaco y tragos, que sin cumplir el medio siglo comenzaban a caerse y fallecer.

“Ya no más”, me dije a mí mismo.

ABC del cómo dejar de fumar

El 11 de noviembre del 2012 comencé a hacer realidad quizás el logro más importante de mi vida. Ese día, me fumé mi último cigarrillo, al ponerse el sol en Montecristi, adonde había ido de vacaciones.

En seis meses cumpliré mi primer quinquenio libre del tabaco. Además de la mejora en mi calidad de mi vida y salud (además de mi bolsillo) el haber vencido, como de hecho me toca vencer cada día que pasa, la maldición de la adicción a la nicotina es una inmensa satisfacción.

Visto en retrospectiva, lo más absurdo fue lo elemental que terminó siendo el proceso, aunque claro que por elemental no fue fácil. Bastaba con seguir cinco pasos fundamentales.

El primero era hacer conciencia del impacto de la adicción en mi vida, en mi salud y en mis seres queridos, pero no sólo en el momento, sino proyectado al futuro casi que inmediato.

Segundo: Para mí resultó importante fijar la fecha de cuándo haría efectiva la decisión. Que esa fecha fuera memorable y significativa para mí y los míos. Que marcara un verdadero hito en mi vida.

Tercero: Ya en el pasado había intentado de todo. Desde el parche, la pastillita y el “cold turkey” o dejarlo por dejarlo. Sólo me faltaba la hipnosis como método para dejar la adicción.

En esta ocasión, para mí fue clave identificar el por qué había fallado en el pasado, no obstante la mecánica intentada.

Identifiqué los “gatillos”, situaciones y hasta personas, que me llevaban a querer fumar nuevamente. Aunque no fue fácil, luego de reflexionarlo, identifiqué dos situaciones: La bebida alcohólica e ir a fiestas de bodas. ¿Solución? Por casi dos años, no tomé siquiera una cerveza, ni volví a asistir a un evento matrimonial.

No tengo vocación de super héroe, mucho menos de mártir. Sabía que me tenía que ayudar para hacer realidad mi meta. Eso implicaría, necesariamente, cambios fundamentales en mi vida.

Cuarto: Me apoyé en mi pareja y en mi familia. Le participé la decisión a mi esposa y a mis hijos, para que me motivaran y acompañaran en el proceso. Su apoyo fue invaluable y lo sigue siendo.

Finalmente, tuve que buscar una razón fundamental para mi decisión. Un propósito, incluso mayor que mi propio deseo y el maldito hábito que me dominaba. En mi caso, dediqué mi decisión a mi nuevo matrimonio, a mis dos hijos y a mis dos hijas aún sin nacer.

Los primeros días, y hasta meses, luego del 11 de noviembre fueron difíciles. Pero pasaron. Con ellos se diluyó el hábito y el deseo de fumar e inicié una nueva vida.

Si fumas, déjalo. De verdad. Si yo pude, estoy convencido que tú podrás también.