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La paradoja de la usura criolla (3 de 3)

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La paradoja de la usura criolla (3 de 3)

Por Alejandro Fernández W.

Analista financiero

¿Por qué somos el pueblo que más recurre a los prestamistas informales, según el Banco Mundial? Les pregunté y ustedes, fieles lectores, respondieron. Estoy convencido de que en el conjunto de sus ideas está la solución a nuestra paradoja usurera.

Podemos resumir los factores que inciden en la fortaleza de la usura en dos componentes: Los vinculados a la oferta, por un lado, y a la demanda, por otro, del crédito para el consumo de las personas y sus hogares. Ambos elementos, oferta y demanda, parecen jugar roles igualmente importantes.

Antes de profundizar, una observación: De las casi 50 reacciones que recibimos, solamente dos se refirieron al contexto económico más amplio del hogar dominicano, en cuanto a los bajos niveles de ingresos, la escasez de esas fuentes salariales, el alto costo de la vida y lo limitado de la red pública de apoyo familiar.

Esa cruda realidad, de la miseria generalizada que enfrenta la mayoría de la población dominicana, incide en una mayor demanda para el crédito, formal o informal.

Pero debemos también recordar que no somos el país más pobre del mundo, ya que hay, sin importar cómo se mida, decenas de otros países con mayores niveles de miseria que el nuestro y donde no hay tanta prevalencia a la usura como aquí.

El endeudamiento no es buen sustituto para el ingreso, por lo menos de forma estructural. Pensar que se está “resolviendo” endeudándose, con quien sea, de forma recurrente, es simplemente desvestir un santo para vestir otro o hundirse, irremediablemente, en la trampa de la deuda.

La oferta de crédito

En cuanto a la oferta del crédito informal o de los prestamistas, hay que destacar que aunque sin duda extremadamente costoso, “fluye” con muy pocas restricciones, exigencias o formalidades.

El usurero dominicano ha sabido diseñar un producto idóneo que no discrimina por historial de crédito, apellido o patrimonio. Solo requiere de una necesidad y la capacidad de identificar una fuente de repago (como una tarjeta de nómina), por lo menos de los altos intereses que compensarán por las pérdidas que se asumirán en el camino.

Reiterada fue la mención a la realidad de los “leprosos bancarios”, es decir, personas que en algún momento tuvieron acceso al crédito formal pero que, al perderlo (por la razón que fuera) no pueden solicitar nueva vez a la banca y están, para los fines, condenadas a trabajar con su única opción: El prestamista.

Algunos lectores observaron que si bien es cierto que la banca formal trabaja con personas de menores ingresos, lo hace solo a través de tarjetas de crédito y se tiene la percepción (que en mi opinión, no es realidad en todo el sector) que quien ingrese RD$20,000 mensualmente no puede acceder a un préstamo a cuotas de RD$30,000.

No cabe la menor duda, eso si, de que las entidades formales deben hacer un mejor trabajo de reducir las aprensiones y prejuicios que la población tiene acerca de ellas, en cuanto a las bondades de sus productos.

Por ejemplo, resaltar su costo de un 30% anual versus el 360% cobrado por el prestamista. ¿Otra información útil? La facilidad con las que se pueden hacer pagos en las entidades formales, sin tener que sacar del limitado tiempo del usuario para enfrentar las “interminables” filas en los bancos.

Retos del usuario financiero

Si bien es cierto que en sus respuestas nuestros lectores encontraron muchos fallos en “el sistema” y sobre todo en la oferta de proveedores formales como los bancos, no se limitaron a la victimización, pues identificaron importantes retos propios a los mismos usuarios y su demanda del crédito tóxico.

La ausencia de una adecuada educación financiera, vista de una forma bien amplia, explica una gran parte del por qué somos líderes a nivel mundial en términos de la recurrencia a la usura, según las reacciones que recibimos.

Satisface leer cuán amplia es la visión de lo que debe ser la educación financiera. No se trata solamente de informaciones pertinentes y actualizadas (“¿Cuáles son las tasas de interés vigentes en el mercado?”), ni de conocimiento en sí (“¿Cómo calculo el costo efectivo de un préstamo tomando en cuenta las comisiones?”) sino de cambios en comportamientos (“Debemos comparar la tasa del prestamista y la del banco” y “Toca planificarnos para enfrentar las emergencias con ahorro, no con deudas.”)

Algunos lectores hacían referencia a los valores y las prioridades de muchos en nuestra sociedad del consumismo extremo, donde muchas personas tienen un teléfono inteligente último modelo (pero no tienen minutos para llamar) o un vehículo nuevo (pero con el pago del seguro vencido).

La mantra clásica de que debemos arroparnos hasta donde alcance la sábana tiene mucho de verdad pero vale recordar que no somos la sociedad líder en vivir del “BAM” (bulto, allante y movimiento”) aunque el concepto sea criollo.

¿Qué podemos hacer?

La usura es tan vieja como la más vieja de las profesiones. Es hasta bíblica y no desaparecerá, ni aquí ni en ninguna parte, mucho menos de la noche a la mañana. Sin embargo, todos podemos aportar para que República Dominicana pierda el deshonroso liderazgo mundial en este ácapite de las finanzas.

Iniciando en el hogar, donde debemos replantear lo que se valora y prioriza (y cómo se planifica y financiará), hasta las escuelas para enseñarnos lo que significa y cómo se calcula un simple por ciento (para entender las tasas de interés), nuestras instituciones financieras para que dimensionen y valoren mejor la inmensa oportunidad de mercado que significa tener menos usureros y más crédito responsable y sostenible.

360,000

PESOS Es el interés a pagar en un año a un módico 30% mensual por RD$100 mil (que se seguirían debiendo al final del año).

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