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Balance de poderes

Si se quiere algo y se tiene el poder de conseguirlo, ¿por qué no hacerlo? El gobierno quería la reforma tributaria y tenía el poder de aprobarla en el Congreso, ¿qué razón tenía para no usar ese poder?

Entre las cosas que los economistas han estudiado a lo largo del tiempo están las consecuencias del poder irrestricto sobre asuntos como la producción, las inversiones, la distribución del ingreso, la eficiencia, los precios y los salarios. Uno de los que trató estos asuntos fue un prolífico autor de libros (incluyendo varias novelas) con presencia habitual en la televisión, fallecido en el 2006 a la edad de 97 años. Demócrata por filiación política, J. K. Galbraith, dentro de sus muchos aportes, hizo uno que es relevante para nosotros ahora, aunque por otras razones.

Curiosamente, Galbraith era más popular entre el público en general y profesionales de otras disciplinas que entre los economistas, incluyendo al autor de esta columna. Su desdén por los métodos matemáticos y su proclividad a mezclar consideraciones económicas, sicológicas, políticas y culturales le valió ser tildado de poco científico. Nunca recibió el premio Nóbel, pero sus trabajos fueron, y siguen siendo, muy citados.

Sostenía que los poderes ilimitados eran muy perjudiciales para el buen funcionamiento de una economía. Creía que los Estados Unidos enfrentaban el peligro de tener un sector empresarial demasiado poderoso, capaz de imponer sus intereses a través de arreglos oligopólicos, la publicidad y su control sobre los recursos naturales. Para balancear ese dominio entendía que debían existir "poderes compensatorios", los cuales identificó como los sindicatos de trabajadores y el gobierno, a más de una serie de otras organizaciones sociales, ninguno de los cuales debería llegar a ser dominante.

Si viera en el caso dominicano quizás diría que el peligro aquí está en el desborde del poder gubernamental.