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Dilema de los líderes mundiales: cómo comunicarse con Donald Trump

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Dilema de los líderes mundiales: cómo comunicarse con Donald Trump
El presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump. (EFE/MICHAEL REYNOLDS)

A medida que aumentan las tensiones en Corea del Norte, los países occidentales se sienten excluidos del círculo de Trump

Normalmente, las relaciones personales entre los líderes elegidos escasamente importan. La mayoría de los líderes siguen los libros de instrucciones escritos por sus respectivas burocracias. Ellos se concentran en políticas nacionales establecidas desde hace tiempo. Las discusiones acerca de “química” personal suelen ser sólo chismes.

Pero la situación es diferente en el caso de Donald Trump. Después de una carrera dirigiendo una pequeña compañía familiar sin una junta directiva, él no cree en la burocracia. Él se rodea de leales lacayos. Por lo tanto, cualquiera que se las arregle para susurrarle algo al oído, tiene una buena oportunidad de moldear su opinión y el destino del mundo.

Hasta ahora, el Sr. Trump no se ha preocupado demasiado de los asuntos de política exterior. Trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén y abandonar los acuerdos climáticos de París fueron, principalmente, actos simbólicos. Pero eso pronto pudiera cambiar. Su proyecto de ley de reforma tributaria puede que sea su última gran legislación doméstica, particularmente dada su reducida mayoría en el Senado. Ese hecho liberará más espacio en su cabeza para alterarse por asuntos extranjeros, desde Corea del Norte hasta Irán. Por lo tanto, otros países occidentales se enfrentan a una pregunta urgente: ¿cómo lograr influir a este hombre?

Después de su inesperada elección, los embajadores en Washington apresuradamente invitaron a sus socios a cenar. Pero poco después de estas comidas, muchos de los asociados desaparecieron (¿te acuerdas de Rudy Giuliani?).

Los funcionarios extranjeros comprendieron rápidamente que la Casa Blanca del Sr. Trump estaba estructurada como una pequeña empresa familiar: solamente los familiares (excluyendo a las esposas) son ‘indespedibles’. Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, llevó a la hija de Trump, Ivanka, a una obra sobre Canadá de Broadway, y Angela Merkel la invitó a Berlín para participar en un panel. Pero el mayor premio para los diplomáticos occidentales es Jared Kushner, el esposo de Ivanka, el llamado “secretario de Estado en la sombra”. Un funcionario francés que era un hablador de todos los temas repentinamente guardó silencio cuando se le pidió que evaluara al Sr. Kushner; el tema era demasiado delicado.

Los aliados también han mantenido una vigilante presencia en el lugar de retiro del presidente Trump en Florida, Mar-a-Lago. El individuo clave de Canadá es el ex primer ministro Brian Mulroney, quien conoce al Sr. Trump del circuito de vacaciones de Florida, pero todos pueden jugar este juego. “Cualquier servicio de inteligencia extranjero que no tenga un agente como miembro o empleado de Mar-a-Lago es culpable de total incompetencia”, declaró el escritor neoconservador estadounidense Max Boot.

Sin embargo, los aliados occidentales todavía se sienten fuera del círculo de Trump. Hablar con los “adultos” de la administración — el secretario de Defensa Jim Mattis y el asesor de seguridad nacional HR McMaster — sólo los lleva hasta cierto punto: el Sr. Trump aparentemente invalidó a los adultos en la decisión acerca de Jerusalén, por ejemplo. Más que en anteriores administraciones estadounidenses, comunicarse con el presidente es esencial. Y los europeos necesitan establecer una conexión directa con él ya que no cuentan con muchos de los generales, multimillonarios y autócratas a quienes el Sr. Trump admira.

Quizás el principal ‘comunicador’ con el Sr. Trump en Europa es Emmanuel Macron, el presidente francés. El mejor actor político desde Ronald Reagan, el Sr. Macron demostró por vez primera su dureza hacia el Sr. Trump con el famoso apretón de manos de nudillos blancos. Luego vino el golpe diplomático maestro de Francia: la visita del Sr. Trump a París para el desfile del Día de la Bastilla en julio pasado. El Sr. Macron lo recibió sin mostrar indicio alguno de la condescendencia intelectual a la que el Sr. Trump es tan sensible. Cuando los dos hombres se encontraron nuevamente en septiembre, el presidente Trump pasó los primeros 10 minutos reviviendo el desfile, el cual espera replicar en Washington el próximo 4 de julio. “¡Y quiero caballos!”, le dijo a su séquito.

Los franceses no están seguros de cuánto les ayude esto. El Sr. Trump, aun así, abandonó los acuerdos climáticos de París. Al menos, ellos dicen, el Sr. Macron puede plantearle sus argumentos al Sr. Trump y ser escuchado.

La Sra. Merkel y Theresa May quisieran poder hacerlo. Ellas son mujeres que carecen de carisma; no viven en palacios cargados de joyas; no pueden encontrarse con el Sr. Trump de ‘rey a rey’; y no juegan al golf. La Sra. Merkel también sufre, tal y como lo ha señalado Constanze Stelzenmüller de la Institución Brookings, de la desaprobación del Sr. Trump con respecto a su país, ejemplificada en su comentario “Alemania es mala, muy mala”, una frase que en una ocasión usó en Bruselas cuando se quejaba ante los líderes europeos del superávit comercial alemán.

Su rechazo a darle la mano a la Sra. Merkel en Washington fue una clara declaración de un hombre que aprendió el simbolismo de los apretones de manos después de entrar en el ámbito político. (Anteriormente, él había evitado estrecharle la mano por temor a los gérmenes). La Sra. Merkel llama regularmente al Sr. Trump. Pero ella da la impresión de ser condescendiente. Thorsten Benner, el director del Instituto Global de Políticas Públicas (GPPI, por sus siglas en inglés) de Berlín, ha declarado que: “Él la considera una europea irritante que siempre le da un sermón”. Como máximo, ella puede usar al Sr. Trump como argumento para empujar a los alemanes hacia una mayor cooperación europea. Jeremy Shapiro y Dina Pardijs, escribiendo para el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, por sus siglas en inglés), llaman a esto el “efecto Anticristo” del Sr. Trump.

Las Sras. Merkel y May también están limitadas por sus públicos nacionales. Mientras que los votantes franceses tienden a tener poca inversión emocional en la política estadounidense, la mayoría de los alemanes y de los británicos quieren que sus líderes critiquen severamente al Sr. Trump. La Sra. May ha típicamente manejado inadecuadamente esto. Días después de su toma de posesión, ella visitó Washington para darle la mano y pedirle un trato comercial. Ella le ofreció una visita de Estado que, si alguna vez llegara a suceder, provocaría una histórica manifestación. Sus esfuerzos fueron inútiles e irresponsables. Probablemente, el Sr. Trump nunca le dará al Reino Unido su tan publicitado trato “muy grande y emocionante”.

Ahora, con el Sr. Trump aparentemente planeando bombardear Corea del Norte durante los últimos meses antes de que pueda atacar a EEUU, los europeos son meros espectadores. Su más optimista esperanza de influir sobre él pudiera ser comprar comerciales televisivos durante los programas matutinos de Fox News. A los europeos sólo les queda esperar que 2018 sea tan benigno como 2017.

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