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El capitalismo necesita un nuevo contrato social

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El capitalismo necesita un nuevo contrato social
Necesitamos un mejor acuerdo basado en la interdependencia entre las empresas y la sociedad. (FOTO DE ARCHIVO.)

Después de un 2017 bastante difícil para la reputación corporativa, es hora de buscar nuevas ideas

Necesitamos un mejor acuerdo basado en la interdependencia entre las empresas y la sociedad

Éste no es el primer momento histórico en que la relación entre las empresas y la sociedad ha requerido de reparaciones. Las revoluciones tecnológicas y administrativas que barrieron el mundo industrializado en el siglo XIX estimularon la construcción de redes de seguridad y sistemas de bienestar que duraron más de un siglo.

No podemos volver a los controles rígidos de los excesos del capitalismo. Pero se necesita una alternativa propia del siglo XXI para reforzar la confianza en los negocios. Los gobiernos, las compañías y las personas deben rehacer las viejas formas de trabajar y reformar los modelos regulatorios obsoletos.

El año que acaba de cerrar fue un parteaguas. Se sumaron nuevas preocupaciones a la ansiedad posterior a la crisis, la indignación por el pago excesivo de ejecutivos y la externalización de empleos. Se incluyen preocupaciones sobre la automatización, la elusión y la evasión de impuestos, el desmantelamiento de las empresas multinacionales de las comunidades locales, el desmesurado poder de las grandes compañías tecnológicas y los desequilibrios entre los pagadores y los trabajadores de la “economía gig”.

Mientras tanto, los crecientes mercados bursátiles les han permitido a algunos afirmar que todo está bien nuevamente. Todo lo contrario. A pesar de los bajos costos de financiamiento, la inversión privada — semilla vital para el crecimiento a largo plazo — sigue siendo insípida. Las tasas de desempleo son bajas en el Reino Unido y EE.UU., pero muchos de los nuevos empleos son más precarios que los antiguos que reemplazaron.

Los políticos ya están ansiosos por aprovechar la impresión popular de que las empresas están diseñadas para estafar a los individuos. Las propuestas en favor de regulaciones más estrictas y pesadas e incluso nacionalizaciones están recibiendo cada vez más apoyo.

La mayoría de estas propuestas harían más daño que bien. Pero EE.UU. y la UE deben hacer más para estimular la inversión y desalentar el comportamiento anticompetitivo y, lo que es más importante, estimular la presión competitiva sobre los titulares complacientes.

Para las empresas, el resultado final es que tienen que comerciar de forma competente, ética y justa, y hacerlo públicamente. Siempre habrá un papel para los promotores de mayor eficiencia. Pero el enfoque puro de reducción de costos está llegando a sus límites, como quedó claro en 2017 cuando Unilever rechazó un intento de adquisición por parte de Kraft Heinz, controlada por Berkshire Hathaway de Warren Buffett y 3G Capital, el gran defensor del modelo de reducción de costos.

El pago desproporcionado a los ejecutivos sigue siendo una amenaza incendiaria para la confianza. Las empresas, sus juntas directivas y ejecutivos deben demostrar cierto sentido de proporción y autocontrol si quieren evitar restricciones legislativas más estrictas. Los gigantes de la economía gig como Uber deben comenzar a repensar los modelos que se construyeron en torno a la voluntad de tomar ventaja de las regulaciones y las leyes tributarias.

Todas las empresas deben revisar su responsabilidad hacia su personal. Parlotear sobre la idea del “propósito” sólo provocará una mayor desilusión. Como sugiere la última Edelman Trust Barometer, una encuesta anual, los portavoces más confiables y honestos de las compañías no son los directores ejecutivos — cuya credibilidad continúa disminuyendo — sino los empleados. La lealtad del personal es un activo poderoso.

Las personas, por su parte, deben reconocer que el viejo acuerdo entre el empleador y el empleado ha cambiado. Ambas partes quieren más flexibilidad. Pero ninguna se beneficia si la creciente economía de trabajadores independientes evoluciona hacia una competencia de suma cero entre la compañía y el trabajador. En semejante enfrentamiento, los únicos ganadores serían las suposiciones viejas y nocivas de que el negocio se trata sólo de hacer dinero y que los trabajadores son totalmente egoístas. Un mejor contrato social se basaría en la idea de una interdependencia humana y mutuamente beneficiosa entre ambos.

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