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Solicitud de ayuda de Argentina al FMI es un recordatorio de la fragilidad mundial

Si la crisis del país se extiende, las redes de seguridad se verán sometidas a severas pruebas

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Solicitud de ayuda de Argentina al FMI es un recordatorio de la fragilidad mundial

Hace un año, Argentina era el favorito de los inversionistas globales. Tanto es así que, cuando emitió un innovador bono a 100 años, con un rendimiento de sólo 7.9 por ciento, los inversionistas se abalanzaron a comprarlo, ignorando el hecho de que el país ha incumplido ocho veces durante los últimos 200 años.

¡Uy! Esta semana, el presidente Mauricio Macri solicitó ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI) después de que el peso cayera a mínimos históricos. ¿Y ese bono centenario? Después de subir al 105 por ciento de su valor nominal a fines del año pasado, actualmente se está negociando más cerca del 85 por ciento.

Esto es profundamente doloroso para el gobierno del Sr. Macri y para los sufridos votantes argentinos que esperaban que las reformas “graduales” pudieran facilitar una salida a años de confusión, endeudamiento y deterioro económicos.

Pero también existe un lado positivo, al menos para el resto del mundo: la crisis de Argentina pudiera ofrecer un oportuno llamado de atención en relación con los desafíos mayores de 2018. Después de todo, la historia financiera demuestra que, cuando las rápidas fluctuaciones en las divisas se combinan con un cambio en el ciclo crediticio, esto puede revelar a las entidades apalancadas y producir sorpresas al estilo argentino.

Algunos elementos de esta peligrosa combinación ahora están comenzando a materializarse. Durante las últimas tres semanas, el dólar se ha fortalecido, ponderado en función del comercio, en un 5 por ciento. Mientras tanto, las condiciones crediticias mundiales finalmente se están ajustando ligeramente después de seis aumentos de tasas de interés por parte de la Reserva Federal de EEUU (Fed) en tres años.

Esto no necesariamente significa que la debacle argentina vaya a desencadenar una total crisis en los mercados emergentes en este momento. Aunque países como Turquía parecen vulnerables, las condiciones financieras generales continúan siendo flexibles según los estándares históricos.

Sin embargo, el impulso en los mercados globales está cambiando. O para decirlo de otra manera (y como lo indiqué el año pasado), cuando los futuros historiadores analicen el bono a 100 años de Argentina, probablemente se parecerá al equivalente del mercado de bonos de la oferta pública inicial (OPI) de pets.com durante el auge tecnológico de 2000, es decir, un signo de una burbuja que, en el mejor de los casos, comienza a desinflarse lentamente o, en el peor de los casos, que está destinada a explotar.

Esto tiene al menos tres implicaciones. La primera es que los inversionistas urgentemente necesitan poner a prueba de tensión sus carteras para enfrentar un mundo lleno de fluctuaciones de divisas y de tasas más elevadas. La segunda es que los prestatarios deben ser más resilientes. Después de todo, tal y como lo observó Jay Powell, el presidente de la Fed, esta semana: “Algunos inversionistas e instituciones pueden no estar bien posicionados para un aumento en las tasas de interés”.

La tercera implicación es que los legisladores también deben prepararse. Durante los últimos años, el FMI ha instado a los gobiernos a utilizar el ‘regalo’ del dinero barato para llevar a cabo las reformas estructurales que tanto se necesitan y para mejorar las finanzas públicas. Pero, como el Fondo comentó con pesar el mes pasado, la mayoría de los gobiernos ha ignorado ese llamado, y la deuda del sector público ha aumentado. El hecho de que Argentina tenga un déficit fiscal del 9 por ciento (cuando se agregan los préstamos del banco central) es simbólico.

Esto significa que los gobiernos debieran acelerar las reformas estructurales. Los legisladores también deben reexaminar la red de seguridad financiera global más amplia. Esto tiene cuatro elementos coincidentes: numerosos países tienen reservas de divisas extranjeras precautorias; muchos también tienen acuerdos bilaterales de “swap”, o permuta financiera, entre bancos centrales (para suministrar fondos durante una crisis); han surgido acuerdos financieros regionales (RFA, por sus siglas en inglés); y los programas de préstamos del FMI.

Esta combinación es lo suficientemente robusta como para hacer frente a limitados choques. La inestabilidad en Argentina, por ejemplo, será probablemente contenida si el FMI acepta su solicitud de crédito de contingencia, o “stand by”. Pero si la inestabilidad se extiende, las redes de seguridad se verán sometidas a una prueba mucho más exhaustiva.

La interacción entre los RFA y el FMI, por ejemplo, es tambaleante. Nadie sabe realmente qué pasaría si un país alguna vez no pagara una línea “swap”. Tampoco está claro cuánta capacidad tendrá el FMI en el futuro.

El fondo tiene previsto llevar a cabo una revisión de cuotas el próximo año, y los funcionarios del FMI están ansiosos de que los países miembros aumenten su apoyo en el equivalente a muchas decenas de miles de millones de dólares. Pero no está claro si la administración estadounidense de Donald Trump aceptará apoyar aumento alguno. Está aún menos claro lo que pudiera suceder si no lo apoya.

Es por eso que el episodio argentino es oportuno. Esperamos que el Sr. Macri pueda llegar a un acuerdo con el FMI en los próximos días, lo cual calmaría los mercados, ayudaría al gobierno a mantener su credibilidad y aceleraría las reformas internas. Pero también deberíamos tener esperanzas de que la despreocupación no regrese. Después de todo, la mejor manera de evitar un choque realmente grande es tener sacudidas regulares y pequeñas. Mantengamos entonces nuestra atención en ese desventurado bono centenario.

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