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Algo en común

A finales de los 1950 Brasil emprendía un proyecto monumental a la altura

de sus aspiraciones de convertirse en una gran potencia

gvolmar@diariolibre.com

Si hay dos países realmente distintos, ellos son Brasil y Egipto por su historia, idioma, religión y costumbres. Tienen, sin embargo, algo en común. A finales de los 1950, mientras la economía dominicana declinaba y las sanciones internacionales mermaban la entrada de divisas, Brasil emprendía un proyecto monumental a la altura de sus aspiraciones de convertirse en una gran potencia. Dio inicio a la construcción de una nueva capital, hasta entonces y desde 1763 ubicada en la ciudad de Río de Janeiro. Cumpliendo un sueño acariciado desde el siglo XIX, el traslado de la capital a una localización central, alejada de la costa sur en la que el progreso estaba concentrado, se pregonó como la clave para abrir y desarrollar el vasto interior del país. Resistida al principio por funcionarios reacios a cambiar de residencia, Brasilia es actualmente una urbe de tres millones de habitantes situada a una elevación sobre el nivel del mar comparable a la de Constanza aquí.

Egipto se propone ahora hacer lo mismo, aunque en el desierto y por otras razones. En marzo del 2015 el gobierno anunció que invertiría US$45,000 millones en una nueva capital, pero no para abrir zonas del país hasta el momento inexplotadas, pues la nueva capital estará a sólo 45 kilómetros de la capital actual. Lo que persigue es escapar de El Cairo, ciudad de 20 millones de habitantes con un tránsito vehicular que hace ver al de Santo Domingo como un paraíso, niveles de contaminación atmosférica que superan a los de la capital de China, escasez de viviendas y falta de agua. La nueva capital tendrá un gigantesco parque central, 2,000 escuelas, 600 centros de salud, siete plantas eléctricas, un acueducto desde el Nilo, cientos de mezquitas y edificaciones para el parlamento, embajadas, ministerios, hoteles y comercios.

Contradictoriamente, el proyecto avanza a pesar de que en el 2016 el gobierno egipcio tuvo que pedir al FMI que le prestara US$12,000 millones.