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Conclusión del Metro

Por un momento pareció como si la segunda línea del Metro fuese a correr la misma suerte que otras obras públicas inconclusas. Es bien sabido que proyectos en proceso, emblemáticos de administraciones anteriores, no suelen ser acogidos con mucho entusiasmo por gobiernos subsiguientes, pero ese destino no era previsible para el Metro, dada la participación de las actuales autoridades en su construcción. Su retraso se debió a la prioridad asignada a las plantas de carbón, y el presidente Medina lo incluyó entre las obras prioritarias del presente año.

A nivel mundial, los Metros atraviesan por un período de auge. La necesidad de liberar al tránsito de su dependencia de automóviles, autobuses y demás vehículos de motor, sumada a la gran dificultad de proveer suficientes parqueos y ampliar las calles y avenidas existentes, ha hecho de los Metros una solución preferida en entornos urbanos congestionados. Disminuyen la contaminación, reducen el tiempo perdido en traslados, y elevan la relación entre el volumen de tráfico y el número de empleados requerido para su operación.

El problema con los Metros es, evidentemente, su alto costo de construcción y el tiempo que toma ponerlo en marcha. Existe, además, el riesgo de que su operación conlleve una carga de subsidios estatales o municipales, pero ese riesgo se minimiza con una adecuada planeación de rutas y estaciones, y evitando la politización de la fijación de las tarifas.

Con todo y eso, los Metros tienen muchos adversarios que ponen de relieve sus deficiencias y peligros. Mencionan, entre otros, la necesidad de suplir medios complementarios de acceso a las estaciones, altos niveles de ruido, esquemas inadecuados de evacuación, exposición a delitos y difusión de gérmenes patógenos.

Los Metros, por lo tanto, no son soluciones perfectas. Pero en la economía la perfección es usualmente inalcanzable. Lo que cuenta es su comparación con las demás opciones.