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Connotación negativa

Con frecuencia recurrir al FMI se interpreta como una admisión de fracaso e impotencia.

Acudir al FMI en busca de apoyo puede ser la decisión apropiada para países con dificultades económicas. Pero lo que puede ser el camino correcto desde el punto de vista económico, puede ser en ciertas circunstancias una ruta peligrosa desde una perspectiva política. Con frecuencia recurrir a ese organismo se interpreta como una admisión de fracaso e impotencia. Da la impresión de que los gobernantes que piden la ayuda han sido incapaces de resolver los problemas del país, los cuales en muchas ocasiones prometieron solucionar y utilizaron como trampolín para ser elegidos.

Además de esa aparente incapacidad, la decisión puede ser vista como una falta de responsabilidad. Ante la oposición a las medidas de austeridad que habría que tomar, se puede percibir que se procura que sea el FMI el que las imponga, a fin de culparle por las consecuencias socioeconómicas que se deriven de su aplicación.

Cuando Mauricio Macri llegó al poder en el 2016, encontró a la Argentina sin deuda con el Fondo. Doce años antes, los Kirchners le habían pagado 9,810 millones de dólares que el país le debía. Macri prometió resolver los problemas económicos heredados de los gobiernos anteriores sin tener que acudir al FMI. Después de todo, lucía innecesario que lo hiciera ya que la deuda pública argentina era baja, lo que le daba un amplio margen para contratar financiamientos con fuentes privadas. Así lo hizo, pero no fue suficiente, y el mes pasado tuvo que tocar las puertas del Fondo asediado por la inflación, el déficit fiscal y la devaluación monetaria.

Para evitar la connotación política negativa, gobiernos nuevos suelen acudir al Fondo muy al inicio de su gestión, cuando aún es posible culpar a su predecesor por haber tenido que hacerlo. Aunque ha mejorado su actitud, el propio Fondo contribuyó a esa connotación. Era habitual que respondiera a los pedidos de ayuda como si se tratara de un policía que atrapa a un delincuente.