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Encuentro deslucido

Sin sus actores más taquilleros, y opacada por otros filmes más atractivos, la presentación de la película no tuvo la acogida que se esperaba. Así sucede a veces en el cine, y sucedió también con la octava Cumbre de las Américas celebrada este mes en Lima.

Las expectativas de un chispeante encuentro entre Maduro y Trump se esfumaron cuando el primero no fue invitado y el segundo decidió no asistir. Tampoco tuvo lugar el espectáculo que habría ocurrido si Maduro hubiese cumplido su declarada intención de acudir de todos modos.

A la ausencia de esos dos protagonistas se añadió el ataque militar contra Siria, que le quitó a la Cumbre su impacto noticioso.

A ello se sumó el hecho de que la atención en muchas de las naciones participantes estaba copada por procesos y acontecimientos locales, comenzando por el propio Perú, sede de la reunión.

México y Colombia están inmersos en complejos procesos electorales. Brasil se encuentra sin líderes efectivos, estando en la cárcel el único que comanda cierto grado de apoyo popular. Chile y su nuevo gobierno se enfrentan al dilema de cómo responder a una oleada de inmigrantes. Argentina sigue en las garras de la inflación y la inquietud sindical.

En el caso de Ecuador, este está en shock por las incursiones de guerrillas en su frontera norte. Y Perú estrena nuevo presidente tras la renuncia forzada del anterior. La Cumbre aprobó por aclamación un “compromiso” contra la corrupción, tema principal en su agenda. Fue interesante observar que esa abrumadora expresión de voluntad colectiva tuvo lugar al inicio de la primera sesión plenaria, en lugar de ocurrir al final de la reunión como es habitual.

Puede ser que los gobernantes latinoamericanos, salpicados en mayor o menor medida por escándalos de corrupción, hayan querido quitarse de encima y dejar atrás un tema que les toca muy cerca, para poder dedicarse entonces a las exhortaciones de colaboración y desarrollo que tanto les agrada expresar.