Piratería pesquera

Dicen los textos de historia que parte del declive de Santo Domingo en tiempos coloniales se debió al acoso e incursiones de los piratas, destacándose entre ellos Francis Drake. La piratería era en esos casos una forma de robo con violencia, pero una piratería de otro tipo, la de la pesca, aunque más pacífica tiene actualmente una importancia económica mucho mayor a nivel mundial. Por fortuna en esta ocasión nos libramos de ella, pues nuestras aguas territoriales no son tan ricas en peces. O quizás por desgracia, pues tampoco nosotros disponemos de ese recurso.

En el pasado la piratería pesquera consistía en la recolección de especies marinas por parte de operadores no autorizados, en áreas pertenecientes a naciones específicas. La pesca en aguas internacionales quedaba en principio excluida de esa definición, salvo que consistiera en abordar buques pesqueros y despojarlos a la fuerza de su carga. Sin embargo, dado el creciente número de convenios internacionales dirigidos a limitar y regular la explotación de los océanos, la actividad pesquera fuera de esos acuerdos es considerada también como una forma de piratería.

Hasta ahora los informes sobre la pesca pirata han estado enfocados sobre su efecto en el stock de peces, los daños ambientales o los miles de millones de dólares que mueve. Esas investigaciones revelan que la piratería está concentrada en especies de alto valor, como el atún, cuyo rendimiento compensa los costos y riesgos incurridos. Estimados de la FAO indican que en las principales zonas pesqueras, la pesca ilegal representa el 30% o más del valor extraído.

Estudios más recientes, sin embargo, incorporan también evaluaciones acerca de las consecuencias sociales de la piratería sobre las comunidades que dependen de la pesca legal para su sustento. La competencia de los piratas amenaza con dislocar estilos tradicionales de vida y obliga a la búsqueda de fuentes alternativas de trabajo.

Gustavo Volmar