Sentido de superioridad

Entre vecinos las disputas son habituales, siendo más agrias si hay grandes desigualdades. El vecino más próspero asume un aire de superioridad, menospreciando al otro por la precariedad en que se encuentra. Tiende a creer que su mayor riqueza se debe a méritos de los que carece su vecino, cuyas deficiencias de actuación y carácter deplora.

El desdén con el que el nuevo gobierno estadounidense ha tratado a México se explica en parte por la percepción que tiene acerca de ese país. Lo ve como una entelequia plagada de corrupción y violencia, desprovisto de instituciones sanas, incapaz de atender las necesidades de su población, presa de un ciclo interminable de políticos deshonestos y mafias criminales. Le vislumbra como una especie de parásito, sustentado por medio de lo que exporta a los EE.UU., por las drogas que le envía, de lo que recibe como remesas, y por los millones de inmigrantes ilegales. Y se plantea, de igual modo, que por algo son los mexicanos los que emigran, arriesgando sus vidas en el proceso, y no son los estadounidenses quienes tratan de mudarse para México.

Las autoridades mexicanas han buscado el diálogo a fin de subsanar las diferencias. Desean que no se le derrumbe la estructura productiva que sustenta a su economía, dependiente de compras e inversiones provenientes del norte. Pero es una quimera pretender que con ese concepto de superioridad vigente en los EE.UU. se pueda dar una negociación equilibrada entre iguales.

Es indudable que países como México, y el nuestro, se colocan a sí mismos en esas posiciones precarias. Escándalos, en nuestro caso, como los de la Odebrecht y los Tucanos, salidos a la luz pública por revelaciones efectuadas en el exterior, pintan un panorama de desolación gerencial, de ser naciones donde el oportunismo y la delincuencia reemplazan los fundamentos asentados sobre el trabajo y la frugalidad. Se nos ve según la forma como actuamos.

Gustavo Volmar