Trato a los envejecientes

El término “envejeciente” da a entender que a la persona de edad todavía le queda vida más adelante. En nuestro país, sin embargo, poco se hace para que en esos años pueda tener un rol significativo en la economía. Cada quien, por sus propios medios, tendrá que tratar de continuar su vida productiva.

El costo económico de esa subutilización no ha sido cuantificado de forma fidedigna, pero es probable que equivalga a varios puntos en el crecimiento del PIB. Se asemeja en cierto modo a lo que sucede en algunos países musulmanes respecto de las mujeres, cuya contribución a la economía disminuye debido a las restricciones que les son impuestas. Pero varios de esos países son ricos gracias al petróleo que poseen y exportan, lo que les permite absorber la pérdida que su trato a las mujeres provoca. Nosotros, en cambio, no tenemos petróleo ni somos ricos, lo que hace más sensible el efecto de la marginación de los envejecientes.

Hay países en los que existen programas especiales de entrenamiento para personas de edad cuyas habilidades anteriores han quedado obsoletas o no son ya demandadas. También se promueve su contratación con incentivos a las empresas. O se les da preferencia en ciertas ocupaciones gubernamentales. Se reducen de ese modo las reclusiones en asilos, la depresión y la merma de la autoestima.

Pero sucede que en la economía todo lo bueno tiene su lado malo. En Japón, cuya población tiene uno de los promedios más altos de edad en el mundo, se han esforzado para que los ancianos mantengan sus estilos de vida y se valgan por sí mismos, incluyendo conducir sus vehículos de motor. Según datos de la policía japonesa, conductores de 75 años o más provocaron el 7.4% de los accidentes hace diez años. El año pasado esa cifra subió al 13%. En el 2016, 345,000 personas entregaron voluntariamente sus licencias, y en marzo pasado entró en vigor una nueva ley que establece exámenes más estrictos.

Gustavo Volmar