Ventas difíciles

Vender hielo en el polo norte, o arena en el desierto del Sahara, son ejemplos de algo muy difícil de lograr. Y también suele mencionarse el tratar de venderle arroz a los chinos. Las imágenes de imponentes glaciares, dunas interminables, o cultivos de arroz que se extienden hasta el horizonte, hacen pensar que la oferta del artículo en cuestión es tan inmensa que sería quimérico pretender competir con ella.

No hay que olvidar, sin embargo, a la demanda. En el caso del arroz, aunque se ha mantenido prácticamente sin cambios en los últimos cinco años, el consumo chino anual ascendió a 144 millones de toneladas métricas en el 2017, el mayor del mundo, de las cuales poco menos de 5 millones fueron importadas. Para tener una idea de lo que esas cifras significan, el consumo de Japón, otro gran usuario del producto, fue en ese mismo año de solo 8.5 millones, y el de la Unión Europea no llegó a los cuatro millones. Únicamente la India, cuya población equivale a la de China, se le acerca con 97 millones. La República Dominicana anda por un cuarto de millón.

A medida que se eleva el ingreso medio de la población, el arroz no figura entre los alimentos cuya demanda crece con mayor rapidez. Carne, trigo y otros productos aumentan su participación en la dieta y en el gasto de los consumidores, y la más amplia disponibilidad de facilidades de refrigeración también incide en la composición de la demanda. Pero el efecto del más alto nivel de vida no ocurre de inmediato, ya que se requiere de tiempo para que varíen los hábitos de consumo.

A pesar de esa tendencia, los japoneses creen tener la clave para vender más arroz a China. Dada la creciente urbanización, el trabajo de ambos cónyuges, el menor tiempo disponible para tareas domésticas, y la mayor preocupación de los chinos por la salud, los japoneses están promoviendo las ventas de arroz orgánico, libre de químicos, en paquetes que sólo hay que calentar.

Gustavo Volmar