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La discreta influencia de las mujeres

Trabajaban en el hogar y garantizaban la unión de la familia

Algunas sobresalientes

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La discreta influencia de las mujeres
Mujeres ante el bohío.

SANTO DOMINGO. En los lejanos tiempos pre y post independentistas las mujeres ejercían discretos dominios mientras trabajaban en el espacio doméstico y se ocupaban de mantener la unión de la familia, a través del sostenimiento de los vínculos conyugales y la crianza de los hijos.

Entonces, no participaban en la vida política ni en la toma de decisiones de transcendencia social. Básicamente, en su día a día, ellas se dedicaban al cuidado de sus hijos, a cocinar, limpiar, lavar, planchar y a otras tareas domésticas. Además, contribuían a la transmisión de conocimientos y tradiciones.

El historiador Roberto Cassá recalca que la fémina estaba subordinada a la voluntad del hombre, ya fuese padre o esposo.

“Pero al mismo tiempo, como contrapartida, la mujer tenía un peso extraordinario en el espacio doméstico, por la escasa atención que le concedía el hombre, señala el investigador.

En el libro “Heroínas nacionales”, volumen II, el historiador expresa que dada la frecuencia de las uniones libres por efecto de las características de la cultura criolla, la mujer representaba la continuidad del hogar, así como su estabilidad.

“En rigor, agrega el investigador, el hogar se identificaba con la mujer y no con el hombre, quien dedicaba el grueso del tiempo a faenas fuera del mismo y a menudo variaba de esposa o alternaba con otras mujeres”.

Y señala, asimismo: “Cuando se producía la ruptura del vínculo matrimonial, era casi siempre la mujer la que permanecía en la casa. Incluso está registrado que cuando una mujer joven enviudaba y volvía a contraer matrimonio, era frecuente que el nuevo consorte se trasladara a la vivienda de ella. Al margen de las peculiaridades de diversos tipos de hogares, era siempre ella quien aseguraba el funcionamiento del colectivo familiar y operaba como eslabón clave de cohesión”.

Entonces, el hombre se encargaba del sustento de la familia y controlaba el patrimonio. En el ámbito jurídico la mujer tenía prohibido por sí sola enajenar y comprar bienes.

Acerca de las esclavas

De acuerdo a Cassá “muchas esclavas del medio urbano se dieron a conocer como ‘ganadoras’, en referencia a que disponían de una libertad de movimientos que les permitían ejercer actividades por su cuenta, entre las cuales se hallaba la prostitución, motivadas por el incentivo de reunir una suma de dinero que les permitiera comprar la libertad suya y la de sus hijos”.

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Infografía
Imagen de Manuela Diez y Juan José Duarte, padres del libertador Juan Pablo Duarte. Recreación del Museo de Cera Juan Pablo Duarte. (MARVIN DEL CID.)

Cotidianidad femenina

Esposas, madres e hijas no salían de sus viviendas, salvo para asistir a la misa o visitar a alguna amiga o familiar.

“Esto significa que no solamente la mujer no participaba en el restringido espacio de vida pública, sino que, con excepción de algunas esclavas, tenía una intervención subordinada en las faenas productivas. En el espacio urbano, la participación productiva de la mujer era nula, dada la ruptura entre el hogar y el centro de trabajo. En el entorno rural, las mujeres raramente se trasladaban a las tareas productivas lejanas del hogar”, agrega Cassá.

No obstante, la campesina ayudaba al hombre en algunas tareas como la elaboración de los alimentos para los trabajadores y en la fabricación de artesanías. Otras desgranaban habichuelas y ayudaban en la preparación de ciertos productos agrícolas destinados a las ventas.

Muchas pobres se ganaban la vida como lavanderas y vendían algunos productos en mercados y puestos callejeros.

La mayoría de las mujeres ocupaba moradas muy modestas. Las casas eran en realidad chozas levantadas en horcones y tablas de palmas, techadas con yaguas y tenían suelos de tierra apisonada.

En los hogares humildes se usaba las tinajas, cucharones de jícara de coco, utensilios de madera, hamacas y unos pocos muebles de madera, entre ellos rústicas mecedoras y sillas de guano. En cambio, las residencias de los pudientes estaban equipadas con muebles de maderas preciosas y vajillas importadas y algunas tenían algunos instrumentos musicales como el piano y la guitarra.

Acerca de su visita a un caserío denominado El Tablazo, de San Cristóbal, el viajero David Dixon Porter resaltó la hospitalidad con la que fue acogido y dio detalles de la mesa servida “con gracia” por mujeres. Pudo degustar, entonces, pescado fresco, langosta, pollos, huevos y arroz, comida que elogió por su buen sabor.

Mujeres “lindas”

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Infografía
Una joven tocando el piano en una residencia de la clase alta. Recreación del Museo de Cera Juan Pablo Duarte. (MARVIN DEL CID.)

Respecto al prototipo de las mujeres de la época, Porter destacó que la mayoría de las jóvenes blancas sobresalían por su belleza, aunque muchas tenían el rostro desfigurado por la viruela o habían perdido un ojo.

Además, se refirió a los ojos profundamente oscuros de las doncellas y a su piel aceitunada, acorde a sus orígenes indígenas. Habló de su reluciente y alisado pelo, “que se deslizaba sobre sus tersas frentes o les colgaba en rizos por la espalda”, mientras la mantilla o el abanico contribuían a configurar cuerpos nada comunes.

En su conocido libro “Santo Domingo, su pasado y presente”, Samuel Hazard expresó su entusiasmo por la belleza de la mujer de Moca.

Posteriormente, el etnólogo de origen alemán sir Robert Schomburgk, instalado como cónsul británico en 1849, dijo que las mujeres eran lindas, “no hermosas”. “Tienen el cabello exuberante, los ojos estrellantes y las figuras muy buenas, pero a sus bustos les falta volumen”, expresó. Igualmente, criticó que todas fumaban y que el tabaco les afeaba la dentadura.

También relató que las mujeres, a través de las ventanas, platicaban con quien se paraba afuera y escuchaban serenatas o mimaban el romance.

Según el norteamericano Dennis Harris, otro observador, las mujeres eran generalmente bien parecidas y raramente temperamentales. Solían llevar vestidos de escotes bajos y usaban lino blanco.

Las esposas no acostumbraban a comer en la misma mesa con sus cónyuges. Lo hacían aparte, con el plato entre las piernas, o esperaban que el mueble se desocupara para alimentarse, lo que le pareció una “estúpida costumbre” a Harris, un negro que estuvo en el país luego de que Abraham Lincoln fuera elegido presidente de los Estados Unidos, con el propósito de informar al gobierno extranjero sobre las condiciones prevalecientes para establecer colonias agrícolas para exesclavos.

Embates contra el matrimonio

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Infografía
Anillos de bodas (SHUTTERSTOCK.COM)

Según el escritor e historiador Carlos Esteban Deive, “durante la dominación haitiana, el matrimonio sufrió un grave deterioro, hasta el punto de que estuvo al borde de ser abolido y reemplazado por el concubinato, pero gracias a la astucia de los sacerdotes el pueblo afluyó a los altares y las uniones consensuales fueron legitimadas por la iglesia”.

La actitud del Estado haitiano ante el matrimonio fue otro punto que confrontó al clero con el gobierno de Jean Pierre Boyer. En Haití predominaban las uniones libres y desde el Estado no se promovían los vínculos legales ni por la iglesia. El historiador Fernando Pérez Memén explicó que los mulatos de la clase dominante continuaron casándose legalmente y asegurando así la herencia de sus hijos legítimos. Empero, en las clases populares se practicaba libremente el concubinato, lo cual era tolerado por el gobierno.

Pese al estrecho ámbito en que actuaban las mujeres, la historiografía registra algunos casos de señoras que trascendieron el mundo doméstico. Una de ellas fue Manuela Rodríguez o Aybar, conocida como La Deana, por ser ahijada del deán José Gabriel Aybar.

La señora, nacida en San Juan de la Maguana en 1790, era una de las pocas mujeres que sabía leer y escribir, Publicaba una hoja denominada “La chicharra”, en la que contrarrestaba los pasquines escritos a mano que repartían los independentistas.

Gracias a su pequeña imprenta, La Deana también difundía décimas en las que pedía ramos, luces y banderas, para las fiestas anuales que los barrios dedicaban a sus respectivos patronos.

Un caso sobresaliente fue el de la heroína María Trinidad Sánchez, quien apoyó la lucha liberadora, transportó pólvora en su falda el día en que fue proclamada la separación y fue de las mujeres que cosieron las primeras banderas dominicanas.

Posteriormente, Sánchez formó parte de una conspiración que buscaba derrocar el gobierno de Pedro Santana, para posibilitar el retorno a Santo Domingo de los trinitarios desterrados, entre los que se hallaba su sobrino Francisco del Rosario Sánchez. Fue fusilada el 27 de febrero de 1845, durante el primer aniversario de la Independencia.

Para saber más...

“Santo Domingo, su pasado y presente”. Samuel Hazard|.

“Los dominicanos vistos por extranjeros”. Carlos Esteban Deive.

“Apuntes de Rosa Duarte”.

“Diario de una misión secreta”. David D. Porter.

“Diario de la independencia”. Adriano Miguel Tejada.

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