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Regalo de reyes

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Regalo de reyes

Estoy totalmente seguro de que los Reyes Magos se disfrazan. También estoy seguro de que no se limitan a regalar el día seis como lo tienen en el almanaque. Los Reyes hacen travesuras y regalan cuando les viene en gana. Además, ven al niño que tenemos todos dentro y a pesar de la edad, nos sorprenden. Hago esta historia porque Melchor se disfrazó de Henry Francisco, un dominicano que vive en Nueva York y que fabrica las mejores bicicletas del mundo, por lo menos para mí que acabado de recibir una.

Me llaman y me dicen que tengo un paquete grande en Casa de Teatro. Lo abro y es una bicicleta roja de esas livianas que se doblan y se pueden llevar a todas partes. El Rey mago fue Henry a quien conocí en la última edición de Ted Talk de Santo Domingo y tuve la dicha de presentar.

Hace muchos años cuando era niño la bicicleta era mi indispensable. Iba a la escuela en bicicleta cuando mi ciudad era todavía amable y cariñosa; cuando no habían tantos tapones ni gente agresiva. Me trasladaba desde mi casa al colegio y muchas tardes me aventuraba a descubrir junto a otros amigos, otros rincones de la ciudad. Pasaron los años y fui perdiendo esa costumbre, me compre un carro, y la selva de cemento en que vivo me quito la ilusión de aventurero.

Armé la bicicleta neoyorkina con gran ilusión. Me había olvidado que solo soy niño por dentro, que ya por fuera no tengo la misma agilidad de aquellos años. Intenté con un movimiento osado subirme al sillín, descubriendo que el óxido de mis huesos no respondía, y con un estilo elegantísimo caí al suelo. Me recogieron entre risas y gracias a Dios el golpe no fue muy grande. Puse fecha a mi aventura. Decidí que recorrería las calles de mi querida ciudad colonial el sábado por la mañana. Me puse mi gorra de Budapest, mis pantalones cortos, mis gafas de sol, mis crocs negros y con ese camuflaje salí a vencer el miedo y la edad.

Al principio el equilibrio pareció traicionarme pero según iba transitando la padre Billini fui mejorando; luego por la calle Las Damas me llene de emoción. Una fortaleza a mi derecha, al parecer los carros al ver al anciano haciendo el esfuerzo, disminuían para no atropellarlo. Doble por Las Mercedes con la ilusión de llegar a la iglesia, sentarme en Mamey a tomar un café y volver a ver las exposiciones de Yolanda Naranjo, sensacional; y la de Julia Aurora Guzman, también sobresaliente. La mañana era mi cómplice, un sol radiante, un fresco del invierno del trópico muy agradable, un sillín especial comprado para alojar mis glúteos hacían menos agonizante la trayectoria. De vez en cuando una bocina me hacía frenar. Notaba la mirada de algunos peatones, pero donde tuve mi esplendor fue, cuando regresando a Casa de Teatro, doblando por la Sánchez y para llegar a la Billini de nuevo, un conductor de taxi casi detuvo a mi lado y con tono amable, me dijo: “viejito, aprende en tu casa a manejar ese aparato. Cuida el equilibrio pa’ que no te maten”. Aceleró y desapareció.

El sábado, a pesar de ese comentario, me pareció extraordinario.

Ilustración: Ramón L. Sandoval