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Charlas con Gedeón

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Charlas con Gedeón

Daría lo que no tengo por saber lo que pasa por la cabeza de Gedeón, mi perro Cocker de cinco años, en este momento. Me mira con sus grandes y redondos ojos marrones, flanqueados por sus largas orejas peludas propias de su raza, invitándome a conversar.

Dejo lo que estoy haciendo y lo llamo. Viene, se echa a mi lado y con la barriga hacia arriba, insinúa aparatosamente su deseo de ser acariciado. Me hago la que no lo veo (van por lo menos 10 veces en la última hora) e inicio la “conversación”. Con Gedeón hay confianza y confieso que me ha sorprendido la profundidad de sus análisis políticos, sus conocimientos de la realidad económica y su candidez sobre la forma en que establecen los precios de los combustibles cada semana.

Entiendo que este escrito solo tendrá sentido para los que tienen mascotas y los tratan como parte de la familia. Los que amamos los animales, y tenemos el privilegio de poder tenerlos en casa, disfrutamos de una dinámica familiar un tanto diferente, incluyendo “hablar” con ellos como si fueran personas. Te roban el corazón a base de detalles cariñosos y de una lealtad y compañía que no conocen límites.

Aunque soy oficialmente “su madre”, reconozco que Gedeón no es perfecto. No está tranquilo por dos minutos, no entiende la noción de espacio personal y no respeta que la gente quiera ir al baño por propia cuenta. Eso sin contar su sordera selectiva cuando quiere hacerse el loco y las docenas de zapatos y medias que hubo que botar hasta que entendió que no eran sus juguetes.

Detesta que le llamen la atención y te lo hace saber. Si se “quilla” porque lo han dejado solo más tiempo del que él entiende correcto, se hace en el mismo medio de la sala y te deja el problema. Aunque quieres matarlo, en el fondo reconoces que si a ti te hubieran dejado sola por tanto tiempo, hubieras hecho algo peor.

Gedeón nos cuida y nos alerta de peligros, ahuyenta limpia vidrios, saluda con amor exuberante y es una gran compañía en los tapones. Es loco con sus hermanas y ante la partida de la pequeña a estudiar ha sido tan hondo su duelo que no ha vuelto a entrar a su habitación. Eso sí, vive pendiente de las vídeo llamadas.

Su sentido del tiempo es impecable. Sabe cuándo son las 10 am y las 7 pm, las horas en que se le rellena su plato, antes que el mismo reloj. Cuando lo veo con la actitud de “dame lo mío”, sé que me he pasado diez minutos de su hora de comer, su rango máximo de tolerancia.

También sabe cuándo es su día de ir al salón. De lunes a viernes espera cerca de la cocina y nos despide con una sonrisa cuando nos vamos a trabajar, pero los sábados, cuando toca paseo y aseo, se necesita un “gredar” para despegarlo de la puerta. Si de casualidad sacarlo no estaba en el plan y lo dejamos, cuando regresamos a la casa a nadie sorprende encontrar un oloroso regalo justo donde no puedes ignorarlo.

Pero lo más bonito de Gedeón es que siempre está pendiente de su familia humana, lo que se agradece ante la realidad de que vivimos cada vez más aislados. No conocemos a los vecinos y limitamos la interacción con la familia a unos cuantos WhatsApp al día. Gedeón no conoce de tecnologías ni le importan, a él hay que quererlo de la misma forma en que te lo manifiesta. Cada llegada a la casa es una fiesta, cada vez que le permites entrar a tu habitación es una fiesta. Y cuando le dedicas tiempo para jugar, es una fiesta.

A medida que los hijos se hacen mayores y se independizan, más valoro la compañía de Gedeón en la casa como un miembro más de la familia. Se ha ganado su puesto y se sabe querido. Nos miramos en silencio reconociéndolo. Mueve la cola y sonríe. Sé que hasta que Gedeón no termine de escribir, él no tendrá nada mejor que hacer que acompañarme. l

Ilustración: Ramón L. Sandoval