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¿Cómo nos ven los turistas?

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¿Cómo nos ven los turistas?

Siempre me ha intrigado la forma en que nos miran los turistas. Ellos, que ya suman millones al año, pasan algunas semanas de sus vidas entre nosotros; vienen por las playas y se regresan enamorados de nuestra cultura, la gastronomía, los paisajes y de la gente.

Por eso, presa de esa curiosidad que un día me va a meter en un problema, quise ponerme del lado de los turistas e intentar “conocernos” a través de sus ojos, comparando algunas nociones comunes respecto de las vacaciones. Algo tan simple como ropa y comida.

Por ejemplo, una turista promedio planifica con bastante anticipación sus vacaciones: compara precios y compra su paquete leyendo la letra chiquitita, contrata por adelantado algunos servicios y prepara su maleta, que no excede el tamaño de un “carry on”, con piezas adecuadas para el clima: trajes de baño, pantalones cortos, camisetas, sandalias y un par de vestidos de tela que no se arruga, por si alguna noche el código de vestimenta solicita algo más formal.

La mujer dominicana en cambio, si le toca vacacionar aun sea dentro de nuestro mismo país, comienza su planificación con meses de antelación: por lo menos 90 días antes inicia la dieta y el jugo verde todas las mañanas. Previo al fin de semana largo del “resort” va al salón a darse tratamiento para el pelo, ha consumido la mitad de la producción de piña de Monte Plata y lleva 40 días de ayuno no congregacional. Está de más decir que el novio o el esposo hace tiempo que dejó de opinar no vaya a ser que el mal humor resultante de tan escasa ingesta calórica se lo lleve de encuentro.

Por aquello de que “antes muerta que sencilla”, la maleta de una dominicana de vacaciones, en el extraño y poco documentado caso de que sea solo una, va bastante llena: es verdad que lleva trajes de baño y shorts, pero también pareos, salidas de baño en combinación con el bikini y las sandalias, sombreros de ala ancha, bultos varios, kaftanes coloridos, aretes y collares a juego, vestidos, conjuntos de lino, zapatos de taco, plataformas, un par de pashminas, maquillaje para una boda y un largo etcétera que copa la imaginación de una turista, cuya única preocupación es levantarse lo más temprano posible para tirarse en la playa a que el sol haga su trabajo.

Cuando de comida se trata, los dominicanos en los resorts somos espectaculares: el “todo incluido” es literal cuando se trata del plato servido en el buffet de desayuno, almuerzo o cena. El turista se levanta tantas veces necesite y se sirve las ensaladas, las carnes, mariscos y guarniciones en las combinaciones deseadas. Por lo general, nosotros hacemos nuestra versión criolla del “cielito lindo”, mezclándolo todo en un solo plato con varios pisos de altura. Al final, es un tema cultural y hasta de gustos.

Habiendo perdido la escasa vergüenza con la que nací, me atreví a acercarme a una pareja de extranjeros a preguntarles qué pensaban de mi investigación. La sonrisa les llenó toda la cara. Me confesaron que habían venido varias veces al país y que siempre disfrutaban cuando se encontraban con “turistas dominicanos” en el hotel.

Para ellos, nadie parece disfrutar más que nosotros: comemos con gusto, bebemos con ganas y bailamos los anuncios. Ellos saben que todos los años enfrentamos por seis meses la incertidumbre de una temporada ciclónica, que cualquier día tiembla la tierra y que la economía no está tan buena como dicen, por lo que no dejan de admirar, con un dejo de melancolía y un chin de celos, la capacidad que tenemos los dominicanos de poner los problemas a un lado, vestirnos con nuestra mejor sonrisa y bailar como si no hubiera mañana.

El turista dominicano es el mejor del mundo... ¡no hay dudas!

Ilustración: Ramón L. Sandoval