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Con Moca en el corazón

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Con Moca en el corazón

Los que me conocen saben que soy rabiosamente cibaeña. De Moca, para más honra, lo que me presupone “seca, sacudía y medía por buen cajón”. Tendrían razón en las tres cosas, y algunas más, como que no tengo complejos y me desnudo figurativamente frente a ustedes cada quince días.

Hace más de 25 años que mi madre y hermanas emigramos a Santo Domingo en busca de mejores oportunidades. En la mudanza cupo todo, incluyendo un recalcitrante acento que nunca me ha abandonado. De hecho, se activa cuando pago el peaje de la Duarte, paso más de cinco minutos conversando con un compañero cibaeño o cuando se me cruzan los apellidos a la altura de Licey al Medio.

Los recuerdos de mi infancia en Moca son hermosos. Más hermosos según pasan los años y la delincuencia y la falta de valores arropan las mismas calles donde acostumbraba a jugar sin ningún temor porque los vecinos, tanto como los padres, estaban pendientes.

Fue esa nostalgia que me hizo decir que sí cuando José Rafael Lantigua me invitó a unirme a la Asociación de Mocanos Residentes en Santo Domingo para trabajar en su directiva, junto a un grupo de personas talentosas y comprometidas que me conocen desde mi primer grito de guerra en el mundo. Sus afectos incluyen a mis padres y parientes, por lo que es como una extensión de la casa de mis abuelos, repleta de aromas de pudines recién horneados y flores frescas.

El domingo pasado realizamos el “Viaje del Retorno” a Moca, una de las actividades más representativas de la Asociación y donde cada detalle fue planificado tras docenas de horas de trabajo y el involucramiento de pasados presidentes y miembros activos que asumen diferentes roles con una misión común: volver al lar nativo y recordar con alegría las características que nos hacen un pueblo especial.

Cinco guaguas repletas de mocanos, descendientes y aspirantes zarparon de la capital camino al Cibao “por la pista”. Cada capitán de autobús tenía la responsabilidad de entretener por cualquier medio posible a más de 50 pasajeros. No faltó comida, rifas, chistes, bailes y hasta “hora loca” para hacerlos sentir bien y preparar el ambiente para un pasadía inolvidable.

Escoger los lugares para visitar en un pueblo lleno de historia es una tarea difícil. Las iglesias le ganaron a los museos y las explicaciones históricas y culturales llenaron las expectativas. Ayudó bastante que la banda de música animara frente a las puertas de un templo casi centenario y sobre los restos de héroes nacionales que reposan, compartiendo camposanto, con gente común cuyas vidas nadie recuerda.

Pasa la reina de las patronales y su cortejo, pasan las autoridades municipales y de la provincia y, concluido el protocolo, finalmente llegamos a un hermoso jardín lleno de verde y lleno de luz. Todo estaba previsto, menos el clima, pero Dios se la lució. Ese día comprobé que no hay oración que no se conteste ni un mocano que baile malo, no importa la edad que tenga. También comprobé que no hay tradición que muera mientras alguien se empeñe en rescatarla.

Y así las nuevas generaciones disfrutamos las recetas famosas de doña Petró, una mujer de manos bendecidas cuyo sazón heredaron sus descendientes, gracias a los contactos y la elocuencia de Carlos Estrella, reconocido esa tarde junto a JM Hidalgo, por representar lo mejor de la mocanidad.

Recuerdo haber mirado al cielo y ver a mis abuelos sonreír. Volver a Moca valió la pena.

En recuerdo de Ligia Minaya, primera mujer en presidir la Asociación de Mocanos Residentes en Santo Domingo y mocana ilustre.

Ilustración: Ramón L. Sandoval