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Estoy en cine

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Estoy en cine

Me encuentro en un ascensor saliendo de una actividad del Premio Brugal. Un joven de alrededor de 40 años me hace señas y saliendo me pregunta si soy actor. Dudo un segundo, pienso que habrá visto la película en la que hago de anciano con Alzheimer y contesto que sí.

–¿Le puedo tomar una foto? –me pregunta.

–Claro, no faltaba más.

–¿Me da su celular? –insiste, y a seguidas me comenta que está haciendo una película en mi país y necesita un papá–. Un grupo de jóvenes se abalanza sobre el joven y descubro que es Manolo Cardona, el brillante actor colombiano que interpreta a Fresita en el Cartel de los Sapos, de gran éxito en mi país, y otras tantas películas y telenovelas.

Al otro día me llaman temprano y me invitan a un casting; un casting son las pruebas que se hacen a los actores para saber si tienen o no talento para representar tal o cual papel. Tengo casi 75 años y dudo. Pero qué puedo perder, me digo, el ridículo ya lo he hecho muchas veces, uno más solo se sumaría a la lista, pero si me contratan es una nueva aventura antes de la despedida de este mundo tan confundido.

Asisto. Dos jóvenes me interpelan, hago mi papel.

–Está bien –dice uno de ellos, y sin mediar palabras me retiro.

–No he pasado la prueba –me reprocho–, bueno –me consuelo– por lo menos tuve el valor de intentarlo.

Al otro día me llaman y me dicen que regrese porque debo hacer otra prueba, estoy tentado a decir que no, pero el niño que vive dentro de mí se rebela y asisto.

El mismo silencio al terminar, qué vida tan dura la de los actores pienso, cuánta ansiedad, me entero de que muchos han intentado estos roles y han hecho las mismas pruebas que yo.

Una llamada al siguiente día y me entero de que tendré un papel corto dentro de la película.

La filmación ha sido toda una aventura, dos días intensos, mucho maquillaje para hacerme joven, luego más maquillaje para verme muerto.

El primer día de filmación me pegan un tiro. Gran momento en mi vida artística, el director cuando me vio pensó que no podía morir como él quería, cayendo después de varios balazos. Para mi sorpresa contratan un doble al cual le llevo 20 años, lo maquillan para que se parezca a mí y cuando le toca la escena cae estrepitosamente, confieso que no lo hubiera hecho tan bien.

Luego debo de hacerme el muerto. Una cama, mi cuerpo lleno de sangre, algunos extras me velan, es una escena muy dramática; mi nieta, la bella actriz mexicana Ana Isabel Serradilla, correrá a mi lado y llorará.

–El muerto tranquilo –oigo la voz del director.

Llevo ya más de 45 minutos sin moverme. Una gran tensión. Ponen luces, quitan luces, ajustan micrófonos, entra y sale gente, me voy relajando agotado de tanto hacerme el muerto, sin darme cuenta me duermo.

–Acción –escucho entre sueños–. Corten.

Hay un ruido extraño en el set, se cuela un sonido. Todos buscan el origen y no dan con él. Grrrr, grrrrrr, grrrrrr. Mi ronquido se hace cada vez más evidente.

Acción de nuevo. Mi nieta, la actriz, entra y corre a mi lado, me despierto con su risa.

–El abuelo está roncando –grita ella casi sin poder hablar.

–Corten. Descanso. Despierten al muerto y dentro de unos minutos lo intentamos de nuevo. Procuren que no se duerma el muerto, que se quede muerto y punto –una voz enérgica ordena.

Estoy en cine, esta vez me morí de verdad y escuché los lloros de una de las más lindas actrices a mi lado. Me felicitan, he hecho un gran muerto. Espero que me den otro papel pronto, me ha encantado esto de morirse de juego.

Ilustración: Ramón L. Sandoval