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Facundo

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Facundo

Vivió en hoteles y pensiones. Todo lo que tenía lo guardaba en una maleta y así le era fácil mudarse de un lugar a otro.

–Todo lo importante cabe ahí –me dijo un día señalando la maleta.

Sonreí al escucharle. Facundo era un hombre grande, de hablar profundo, daba la impresión de alguien que había vivido varias vidas, o muy intensamente.

La primera vez que se presentó en Casa de Teatro nos hicimos amigos, venía ya precedido de una cierta fama. Era un izquierdista diferente, más que un político arengando consignas hechas, daba la impresión de un profeta, de un humanista que hablaba con conciencia del mundo en que habitaba.

Lo escuché hipnotizado, entre canción y canción, dejaba caer unas palabras que engrandecían su impresionante recital. No era un predicador más, hablaba un hombre convencido de lo que decía con un carisma que invitaba a imitarle. La noche terminó con una ovación y el artista, con una sencillez que escandalizaba, se despidió de un público que pedía más.

No sé por qué lo recuerdo hoy, hace tiempo que no escucho sus canciones, quizás me alarma el mundo, tan distinto al que nos dibujaba el cantor, en el que vivimos hoy, quizás sea este un homenaje tardío, será difícil olvidarlo, aquel hombre que tenía conciencia de lo efímero de este tránsito, aquel ser humano al que le bastaba tan poco para ser feliz.

Nunca entendí su final, no se lo merecía; una bala equivocada cuando se despedía luego de un concierto, y rumbo al aeropuerto en el carro de un amigo, le segó la vida.

Facundo, el hombre simple que canta verdades y hace poesía traspasando los corazones: “no soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad”.

Tenía 74 años cuando murió, ya el pelo y la barba blancos; dentro de mí retumba su frase “Ama hasta convertirte en lo amado, es más, hasta convertirte en el amor”.

Facundo contaba historias entremezcladas entre la crítica social, sátiras, misticismo, etc.

Una biografía que apuntaba a que su vida fuera un desastre. Tuvo seis hermanos, su padre lo abandonó al nacer, escapó de su casa a los 9 años, se hizo alcohólico, preso a los 14, en la cárcel aprende a leer y escribir, un sacerdote le enseña, rehace su vida y queda viudo a los 40.

Esa noche, la primera vez que lo vi en la Casa, me lució un hombre feliz, no sabía nada de su vida, era un artista más que llenaría el escenario con sus canciones. ¡Cuán equivocado estaba! Esa noche conocí a un hombre que había decidido ser feliz a pesar de tantas cosas en su contra y, más aún, había decidido transformar su tristeza en alegría y contagiarla a otros... Cuento su historia, quizás un poco tarde, para que aquellos a quienes la vida les ha dado una cruz muy pesada entiendan que la esperanza es, al igual que la alegría, una decisión que se toma cualquier mañana. Facundo Cabral, te recuerdo con admiración Facundo.

Ilustración: Ramón L. Sandoval