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Melancolía

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Melancolía

Cada año somos menos, ley de vida, y algún día yo seré el ausente y todo seguirá igual.

Cada año, cuando llega mi cumpleaños, echo de menos la llamada de Mirna. Cumplíamos años el mismo día y cuando nos conocimos y nos enteramos eso bastó para que nuestra amistad fuera especial.

–Eres acuario –me dijo.

–Sí –contesté sin entender eso de los signos–.

–Los acuarianos son muy extrovertidos, alegres y fiesteros. Eres un acuariano puro, yo no –agregó–, debo de tener una combinación de otros astros.

–¿Y tú crees en eso?

–No –me dijo–, pero me divierte.

Mirna era una joven inteligente y adelantada de su época. Conversar con ella era una delicia. Siendo apenas muy joven un ataque fulminante al corazón terminó con su vida, había nacido con problemas cardiovasculares y ella lo sabía, pero nunca se lo dijo a nadie. Su frase favorita era “a vivir lo que hay que vivir y no hacer preguntas. Dios se ocupa”.

Hablábamos de libros.

–Tienes que leer a Unamuno, se parece a ti. O Teilhard de Chardin te cambiará tu visión.

El día de mi cumple, que era el suyo, nos llamábamos y a coro nos deseábamos feliz cumpleaños. Y nos decíamos cosas bonitas. Mucha salud, mucho amor, que sigas tan chula, y tú tan hermoso... ella me consideraba el más hermoso y yo me lo creía.

Ese 17 de febrero la llamé y no contestó. Insistí varias veces y sentí una gran pena al no escuchar su voz. Tres días después me enteré de que había muerto y la lloré todo el día.

Hay días que no sólo de Mirna, sino de tantos amigos que se han ido muy jóvenes, me pregunto en tal o cual situación qué hubieran hecho, cómo vivirían, ¿habrían completado sus sueños?

Imagino, por ejemplo, a René terminando todas las novelas que algunas tardes me comentaba al terminar de trabajar en la oficina; me lo imagino anciano, teñido el pelo, era demasiado presumido para dejarse caer, recibiendo homenajes, dando conferencias y riéndose de todas las travesuras que tantas veces me contó.

Fermín murió cuando apenas tendría 12 o 13 años. De mis primeros amigos en el colegio de La Salle. Hablábamos mucho de un futuro incierto. De la tiranía feroz que vivíamos. Cada vez que paso por la que era su casa no dejo de evocarlo y recordar su última mirada llena de sueños y esperanza. Quizás se hubiera ido a vivir a Estados Unidos, o a España, lo imagino casado con una extranjera y muchos hijos. Extraño juego el mío, me niego a soltar a mis amigos, familiares, tengo la buena costumbre de, en algunos momentos, conversar imaginariamente con ellos y decirles lo que hago, lo que siento, cuánto los extraño. Algunas veces sonrío y otras mis ojos se llenan de lágrimas y, si alguien me sorprende, decir como en un poema, estas lágrimas las produce el viento y esta risa los recuerdos... no sé por qué cuento estas cosas, no sé, quizás me esté poniendo demasiado viejo y melancólico... o sencillamente es la necesidad de contarlas...

Ilustración: Ramón L. Sandoval