Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
columnistas

Mi primer libro

Expandir imagen
Mi primer libro

No recuerdo cuál fue el primer libro que leí en mi vida. Sí sé que era un apasionado de los muñequitos y que Tarzán, Superman, el pato Donald y Mandrake el mago llenaban mi mundo de fantasía. Tanto así que leía el periódico El Caribe de atrás hacia adelante, y esa costumbre la tengo todavía. Esos muñequitos llegaron a convertirse en ejes importantes de mi mundo infantil. Me hice un experto dando el grito de Tarzán, hasta que fui castigado por asustar a mi familia en los momentos menos esperados y no fueron una ni dos las toallas que usé como capa para parecerme a Superman. Una que otra vez intenté volar y un brazo roto fue la consecuencia. Coleccionaba los paquitos como algo sagrado y los intercambiaba con mis amigos. La pequeña Lulú irrumpió en mi vida pero la descarté de inmediato. Luego llegó Billiken, una revista que reunía cantidad de temas que me entusiasmaban; salté a Salgari en busca de aventuras, y no me cansaba de soñar con que algún día yo surcaría los mares en búsqueda de tesoros perdidos y ciudades fantasmas.

Agatha Christie fue la gran revelación, cayó en mis manos su novela Testigo de cargo y de ahí en adelante me hice un adicto de todas sus historias. No podía dejar de leerlas, me identifiqué con Hércules, con la señorita Marple y viví todos sus asesinatos con pasión y locura. Ahora los vivo en la cotidianidad de mi país y, por más que me empeño, no puedo resolver ninguno. En esa época me hice detective secreto y comencé a sospechar de cuanto vivo me rodeaba. Un libro de mi amiga Agatha era capaz de apartarme de las mejores fiestas en mi juventud. Leer ha sido abrirme las puertas del mundo, de otros mundos, de otros pensamientos, y de alguna manera una forma de hacerme pensar diferente y crecer como ser humano. La lectura me hizo un hombre rico.

Una mañana cayó en mis manos Corazón, un libro de Edmundo de Asís; me llegó por casualidad y, mientras me recuperaba de una enfermedad que me mantuvo en cama por varias semanas, lo leí sin poder despegarme. Recuerdo llorar inconsolablemente con algunas de sus historias, nunca pensé que leer pudiera mover tan profundamente mis sentimientos. Luego, cuando comencé las clases de teatro en el colegio De La Salle me aficioné a visitar una librería que quedaba en la Arzobispo Nouel, donde vendían todas las obras de teatro del mundo. Alfonso Paso me deslumbró, Calderón, Sartre, Camus, Mihura, Buero Vallejo y recuerdo que ahorraba para reunir los treinta centavos que costaba cada obra que vendían. Cuando no tenía dinero, con la excusa de ver si un nuevo autor me gustaba o no, ojeaba las obras hasta que el dueño me decía con voz autoritaria, “los libros no son para leer aquí”. Con el tiempo me hice amigo de la encargada que venía de tarde y ella hacía la vista gorda para que yo pudiera leer a mis anchas. Cuando una obra me gustaba demasiado, la separaba y volvía desde que tenía mis chelitos a comprarla.

En mi carro llevo siempre algo que leer. Un libro, un periódico, alguna revista, la lectura es una manera de entrar en otro mundo. Una manera de escapar muchas veces al mundo en que vivimos y que puede no gustarnos; la lectura, cuando es buena, nos estimula a ser mejores seres humanos o a ensanchar nuestros horizontes y nuestra cultura. Perdonen la prédica, pero quien lee jamás está solo.

Hoy, con la Feria del Libro abriendo sus puertas, quiero con este artículo invitar a todos mis lectores a enamorarse de los libros, aquellos que no lo han hecho no saben el festín que se pierden.

Un buen libro es un amigo para siempre.

Ilustración: Ramón L. Sandoval