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Paseando por Cancún y otras divagaciones filosóficas

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Paseando por Cancún y otras divagaciones filosóficas

Por razones familiares tuve que pasar unos días en Cancún. Había viajado en otras ocasiones a Ciudad México y los alrededores, pero no había tenido oportunidad de conocer la parte caribeña de este país tan rico en chiles, historia y gente buena.

Para comenzar, no me esperaba tanto calor. Me sentí como un domplin al vapor todo el tiempo: pegajosa, brillosa y cansada de la vida. No sé si a otras personas les pasa, pero a mí el calor me golpea y me quita fuerzas. De la mañana a la noche, la temperatura no bajaba de 30 grados Centígrados, sensación térmica de 37 y humedad de +75%. ¡No hay cabello tropical que aguante este infierno húmedo!

Lo segundo que no me esperaba fue la seguridad que sentí al caminar por las calles de Cancún. Cuando dije que venía y que una de mis hijas planeaba asistir a una universidad local llovieron las declaraciones apocalípticas. Me mantengo muy al día de lo que ocurre en el mundo y estaba preparada para tomar precauciones. Por eso me sorprendió gratamente ver cómo la gente camina sin miedo, ¡hasta cadenas y relojes se ponen para andar por la calle, fíjese usted!

En los días que estuve caminando por distintas zonas de la ciudad luciendo como una perfecta turista, ni me carterearon, ni busqué dónde meterme cuando pasaba un motor, ni me sentí perseguida como lamentablemente ya nos hemos habituado a vivir en RD. Parece que las autoridades saben lo que se juegan si su principal destino turístico se desacredita a causa de la delincuencia...

Lo tercero que tenía claro es que iba a sacar tiempo para hacer algo de turismo interno en lo que más me gusta: la historia y la cultura. A menos de dos horas de Cancún, dentro de un territorio selvático que va cediendo espacio a los asentamientos urbanos, se erigen majestuosas las ruinas de Chichen Itzá, una de las joyas de la corona de la civilización maya y una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno.

Visitar el imponente templo de Kukulkán y sus alrededores, imaginar cómo vivían y pensar lo que lograron construir sin la tecnología y herramientas que ahora damos por hecho, deja al visitante sin palabras. Los mayas fueron los primeros en utilizar el cero, eran excelentes matemáticos, desarrollaron su propia escritura y eran capaces de predecir eclipses y alineaciones astrales con precisión absoluta. Su calendario es, por mucho, el más exacto que se conoce.

Fueron grandes astrónomos, constructores, científicos, comerciantes, guerreros y atletas. También amaban la sangre, los sacrificios humanos y adoraban docenas de dioses. Los mayas forjaron una civilización que llena al mundo de asombro y curiosidad. Aún hoy se tejen teorías sobre su declive y “desaparición”, aunque en toda Mesoamérica subsiste su legado.

Viendo lo que lograron los mayas uno no deja de preguntarse por qué nuestros taínos, tan cómodos ellos echados en sus hamacas, no pudieron avanzar mucho más. ¿Por qué su legado no trascendió los siglos? Yo tengo una teoría basada en el maíz y la yuca que me encantaría debatir, aunque aclaro que no posee ningún asidero científico.

Me gusta imaginar qué sería de nosotros si aún conserváramos con orgullo las piezas de nuestro pasado común y no olvidáramos tan fácilmente aquellos hechos que nos llevan a repetir los mismos errores una y otra vez. Y ese rasgo tan particular de nuestra personalidad no creo que sea culpa, ni herencia, de los españoles. No sé, piénsalo.

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