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Tenerife otra vez

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Tenerife otra vez

Tiene que haber un poeta que le cante a esta ciudad. El balcón de mi habitación está inundado de mar. Un océano Atlántico agresivo rompe sus olas en el malecón plagado de tiendas turísticas, donde los visitantes, en su gran mayoría personas retiradas, compran recuerdos para cuando regresen a sus hogares.

El puerto de la Cruz de Tenerife es una ciudad pacífica que celebra fiestas durante todo el año.

Aún puedo ver las cruces adornadas de flores en los portales de algunas de sus casas, recuerdo de la fiesta de la cruz donde, siguiendo la tradición, se decoran con flores las cruces que muchas de ellas tienen en sus fachadas.

Está lloviendo pero nada impide que los preparativos para el festival Mueca, al que he sido invitado y por el cual me encuentro aquí, se detengan.

Marcelino Martín, su director, se mueve de un lugar a otro, da órdenes, supervisa detalles, para que el próximo jueves, cuando inicie esta impresionante fiesta de la ciudad, toda la familia pueda disfrutar del evento que cada año se supera a sí mismo.

Un francés pinta las esquinas dándole vida a las huellas de tránsito, artistas de todo tipo dibujan murales en las paredes llenando de obras de arte los rincones de los barrios, se instalan enormes escenarios para espectáculos masivos de música, danza y acrobacia. Escucho el rítmico compás de tambores, muchos, que en un momento dado inundarán las calles con su batata batata y el tiquitiquiti de los palos conjugando sonidos con las olas del mar. Pronto se llenará de júbilo y locura este espacio español tan cerca de África donde artistas de varios puntos del mundo han sido convocados.

Habrá calles de palabras, de ingenio, de música, de danza, de creatividad y en cada una de ellas, desde muy temprano en la mañana hasta tarde en la noche, los visitantes podrán disfrutar de los más sorprendentes y entretenidos eventos.

Este festival de arte en la calle cumple su décima entrega. Camino descubriendo en cada esquina una maravillosa sorpresa cultural. La ciudad se convierte en anfitriona de todos sus visitantes, en una calle sobre los bancos veo libros en todos los idiomas colocados ordenadamente.

Me acerco, tomo uno en mis manos y lo ojeo.

–Puede llevárselo –escucho una voz a mis espaldas.

Una señora más joven que yo me sonríe.

–Gracias –contesto–, pero no sé alemán.

–Hay otros en castellano –me dice–, camine un poco y lo encontrará, todo tipo de libros en varios idiomas.

No entiendo, le digo con la mirada.

–Es el aporte del barrio a nuestros visitantes –y agrega– colocamos los libros que ya hemos leído para que quienes nos visitan, si así lo desean, puedan llevárselos como regalo.

Sonrío, no puedo evitar el asombro.

–Son nuestros regalos a todos los que vienen, queremos que se sientan bien y es una manera de expresarlo. Esta fiesta es de todos nosotros y queremos que personas como usted regresen y se sientan bien.

Le doy las gracias, tomo un libro de Manuel Vicent y sigo mi camino.

Estoy tan contento que me pongo a silbar el himno nacional dominicano y muy, muy dentro de mí espero que algún día en mi vieja ciudad de Santo Domingo todos los habitantes entiendan que somos anfitriones y hagamos del turista que nos visita un huésped de honor.

Viva Mueca, prometo insistir en que copiemos este ejemplo de ciudad y nos contagiemos con la misma pasión.

Ilustración: Ramón L. Sandoval