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Una ciudad habitada por la magia

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Una ciudad habitada por la magia

La Habana me sorprende cada vez. Un calor sofocante y húmedo en este primer día. Recorro sus calles, la Condesa me explica como la primera vez sus calles y monumentos, he nacido desorientado, pongo cara de asombro como siempre.

–Viene un frente frío –me comenta.

–Eso espero –le respondo–, no hay quien aguante este calor.

Reviso mi agenda, presentación y entrega de premios del concurso literario que organiza Casa de Teatro todos los años. Socorro Castellanos, la eficiente agregada cultural de la embajada dominicana, seleccionó un lugar que por su belleza y elegancia me impresionaría, el Palacio del Marqués de Casas, deslumbrante construcción que colinda con la plaza frente a la catedral, eso será el martes, gracias a Pedro Ureña. El miércoles, en la casa Víctor Hugo que queda en la calle O’Reilly, mostraré la película “Mañana no te olvides” a un grupo selecto de amigos; al final, y como ha sucedido siempre, nos abrazaremos en lágrimas y me felicitarán por la sorpresa de un buen cine dominicano; emocionado, lloraré también, y luego, antes de terminar esta semana intensa y cultural, presentaré viernes y sábado “Ella canta, yo cuento”, en Bellas Artes, en el marco del Festival de Teatro de la ciudad, junto a Yordanka Airosa, actriz y cantante cubana, ganadora de una Concha como mejor actriz en el pasado festival de cine celebrado en San Sebastián, y Celestino Esquerre, cantautor de Cárdenas con quien también he actuado en ocasiones anteriores. Raúl Martín dirigirá el montaje.

Una semana intensa diseñada para celebrar la vida y encontrarme con los amigos. Hoy amaneció lloviendo a cántaros, se instaló un nuevo clima, la ciudad con su perfume de gas lo recibe desafiante. Sus habitantes se cubren con abrigos acostumbrados a estos cambios súbitos. El pasado ciclón dejó sus huellas, pero la ciudad se niega a morir.

–Nada sucede –me dijo una vendedora en el mercado San José en el puerto–, resucitamos cada vez –y me soltó una carcajada llena de malicia–. Los cubanos somos sobrevivientes de todo tipo de tempestades.

Me gustó tanto su comentario desafiante que le compré unas pulseras a las que luego encontraría dueñas.

No sé qué número de visita es esta, desde los años setenta he venido en proyectos culturales a caminar las calles de La Habana y abrazar a los amigos y cada vez algo me sorprende, algo me entusiasma y cada vez con más fe contemplo la estatua del Cristo que desde Casa Blanca recibe a todos los barcos que entran al puerto y a todos los cubanos que desde hace tantos años, como dice la vendedora, se reinventan.

Ahora me voy al malecón. Desde la ventana del apartamento de Marianela y Alejandro contemplo las olas que se levantan como queriendo tocar el cielo. Un mar embravecido y espumante salpica a quienes se le acercan, algunos tramos están cerrados, de todos modos lo caminaré para sentir el salitre y llenarme de sal, de esa manera mi alma experimentará la bendición que cada vez que vengo experimento. La ciudad imponente, con sus heridas del tiempo, se hace cómplice, no puedo evitar sonreír un poco, quizás al terminar el día me siente en el Floridita, escuche al quinteto interpretar unos sones, me beba todos los daiquirís que pueda y brinde por Hemingway. Una vez más, La Habana me enamora.

Ilustración: Ramón L. Sandoval.

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