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Una vez más

El disco que presenta ahora en septiembre se titula Una más, y es un canto de amor que el cantautor relata al compás de la Orquesta de Cámara de La Habana. Una sorpresa muy bien pensada y construida, atípica; con muchas nostalgias y ansias de libertad. Es para saborear sin prisas, con los ojos cerrados.

Llegar, saludar, abrazar. Títulos guardados. Solo el artista (¿se puede uno despojar de lo que es?): el rebelde, el soñador, el atrevido. Llegó el día anterior al país y no ha pegado ojo. Anda con el cambio de horario a cuesta. Acepta el café que endulza poco, echa un par de historias con Freddy Ginebra, ríe. José Antonio no está de vuelta. El artista, me refiero. Es que nunca se ha ido.

He escuchado varias veces el disco y... no sé, me provocó mucha nostalgia.

Bueno, es un disco sinfónico. Por eso digo que es un atrevimiento, en un momento en lo que todo está alejado de lo natural.

¿Qué pasaba en su vida y por su mente cuando escribió y produjo este material discográfico?

No puedo hablar de este disco como una sola etapa, porque hay canciones de los años 90 que se habían quedado rezagadas y que he rescatado en este disco. El disco viene por la amistad que me une a Carlos Luis, un gran guitarrista y compositor. Y un momento en el que me solicitaba muchos textos para musicalizar o me traía unos tureiros, que son melodías sin textos, y yo se los ponía. Nosotros hemos escrito muchas canciones con esa mecánica. Este disco recoge esos experimentos entre ambos. Pero sí, es un disco muy irónico.

¿Por qué lo dice?

Porque yo soy muy irónico, pero no una ironía de maldad, sino que no entiendo muchas cosas del mundo y me da mucha risa.

¿Quiere decir de alguna manera a la gente que José Antonio no se ha alejado de la música?

Nunca la he dejado. No puedo. Ahora estoy como Embajador en la Unesco en París, pero no estoy en mi mundo. No soy un muchacho de 18 años que anda de aventurero, yo tengo un mundo hecho. Entonces empezaba a escribir y me salían cosas maravillosas, pero todas llenas de nostalgia. Y no hablo de la nostalgia que tú notaste en este disco por el sonido; nostalgia de cortarse las venas... Terminando de escribir algo, en un momento me dije: “ya no escribas más, aguántate, porque te vas a matar”.

¿Cómo sobrevive una persona que ha vivido atada a la música y ahora ha tenido que asumir otra postura?

Que te llamen para servir al país es un honor. Soy un empleado público; mi trabajo es de los demás. Por eso siempre utilicé mucho los medios y los sigo utilizando, para que la gente vea con claridad qué es lo que uno hace. Y es un riesgo porque soy cantautor. Si estoy haciendo algo malo es en el escenario que me van a señalar.

No tuvo miedo...

Me daba miedo, pero creo mucho en mí.

Supe que quiso hacer el disco menos ambicioso. A guitarra...

Que ya estaba hecho.

¿Qué pasó entonces?

Yo tenía ya el disco terminado a guitarra y se lo mostré a Pablo Milanés. Solo dijo: “Qué bonito”. Luego lo escuchó Miguelito, su director musical. Dos semanas después me llamó: “Ese disco merece salir con algún adorno”. Y le contesto que me arropo hasta donde la sábana me dé. Dos semanas después llama: “¿Tú tienes 20 mil dólares?”. Le dije que no, que para qué. “Para hacer un disco sinfónico”. Yo le digo que un disco así cuesta unos 250 mil dólares. El insiste. Y le dije que si era para eso, los buscaba. Miguelito hizo los arreglos, se habló con Diana García, que dirige la Orquesta de Cámara de La Habana, con músicos jóvenes. Y así se hizo este disco, que tiene mucha magia.

De hecho, la música lleva un hilo conductor. Pareciera como si se contara una historia...

(Se entusiasma). Bueno, si te fijas... ¿te gusta el cine?

¡Me encanta!

Bien. Ahora quiero que escuches el disco con los ojos cerrados y solo mirando las imágenes. Porque si hay algo que tienen los textos es que son pequeñas ideas cinematográficas y eso fue lo que hizo Miguelito. En lugar del típico arreglo orquestal de una canción, hizo una banda sonora.

En Canta corazón, la entrada de la banda es estupenda.

Sí, es un bolero y lo que quiso Miguelito fue que saliera lo más parecido, con lo moderno, a los típicos boleristas como Tito Rodríguez. Si te fijas, la canción que canto con Pablo (Déjame) es un rescate, porque se trata de una contradanza, que no se usa. Son dos, no hay más, al principio, es un chelo que acompaña. Después entra un dúo de chelo y viola, que es muy difícil. Y es un contracanto porque el chelo le responde a la viola...

Y va acorde con la canción...

¡Claro! Son dos, no hay más. Si analizas, esto no fue un tipo que se sentó con una melodía e hizo un arreglo. Él lo sintió.

Siendo honestos, lo que ha hecho con este disco no es lo que se estila, no es lo que “se escucha”.

Bueno, yo no puedo estar en “Despacito”. Yo nunca he estado en “Despacito”. He hecho lo que he querido hacer en la música.

¿Sin importar que a otros no les guste, que no se venda, que no “entre” al mercado?

No, eso no importa. El artista no puede basarse en el mercado; el mercado tiene que basarse en el artista. Si el mercado fuera inteligente buscara diferentes colores, porque hay público para todo. Este es el mejor ejemplo. Yo sé que este es un disco que es imposible que vaya a la radio, pero yo nunca he hecho mi carrera en base a la radio, y la vez que lo intenté me quemaron los discos porque me opuse a la payola. De ahí que en lo adelante mi relación con la radio nunca fuera buena.

Usted pudo darse ese lujo...

Sí, porque soy honesto con lo que hago.

Pero cómo le dice eso a un músico, que ama la música, pero que tiene que vivir de ella.

Es verdad, ahí viene la otra parte. Si quieres vivir de la música tienes que seguir el mercado. Yo preferí no hacerlo y por eso en mi hoja de vida fui publicista, troquelista de estufa, vendedor de carros, ministro de cultura... busqué otra manera de vivir. Iba a ser muy amargado si me veía escribiendo lo que el mercado me pedía.

A propósito de Milanés y de ‘Despacito’, él la consideró “un atraso para la música latina”.

Yo no pienso igual. A mí Despacito me parece una canción excelente. Tiene melodía, un texto atractivo, agradable. Salió en el momento perfecto para ser un éxito. Yo prefiero “Despacito” a La Macarena.

Hay quienes piensan que algunas propuestas de las nuevas generaciones no son música.

Yo catalogo la música de dos formas: buena y mala. Hay música de calle horrorosa, hay raperos horrorosos que lo único que buscan es el descrédito para poder llegar a la fama. Pero lo mismo pasa con la balada: hay gente horrorosa haciendo balada. Eso no pertenece a un género.

¿Estamos perdiendo acaso la identidad con la música que viene subiendo?

No. Creo que es un círculo. Hubo un momento en que el merengue también estuvo de capa caída. Los merengueros peleaban porque solo se ponía salsa. Necesitamos que los jóvenes entiendan que la música más competitiva que tenemos es el merengue. Estoy fuera y sé lo que te digo. Si nosotros queremos competir es con lo nuestro. Y lo nuestro no es solamente reguetón.

¿Cuándo el arte deja de ser honesto?

Cuando sigues el mercado. Por ejemplo, hubo un momento en el que no tenía trabajo y pensé seriamente meterme a merenguero y grabé un merengue, ¡y qué merengue! Arreglo y composición de Juan Luis Guerra. Se llama América Latina. Cuando terminé de grabarlo, pensé: “zapatero a tu zapato”. Qué más quisiera yo que ser un merenguero. ¡Ojalá haber podido tener la capacidad de cantar un merengue! Eso no lo canta todo el mundo. Pero no puedo, no hubiese sido honesto.

Si ahora con Una más le hace honor a lo romántico, ¿dónde queda esa parte de denuncia? ¿La veremos en otro disco?

Yo nunca he dejado de ser crítico y no voy a dejar de serlo nunca. No me lo había preguntado y ahora que me lo preguntas, me lo pregunto. Creo que el hecho de haber escrito con Carlos Luis y ambos ser tan románticos, no permitió esa canción de protesta. Además de que hubiese sido traído por los pelos. Tal vez, no sé.

Eso quiere decir que hay otras dispersas por ahí.

Sí.

¿Y las vamos a escuchar en algún momento?

Sí. Este no es el último. Yo espero que no sea el último.

Agradecimientos: Casa de Teatro

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