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Comesolismo cooperativo

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Comesolismo cooperativo

Por Alejandro Fernández W.

Analista financiero

Vilma, aún jovencita de 18 años, comenzó como pasante en una importante institución pública. Además de abrir su cuenta bancaria para recibir su nómina, se integró a la cooperativa de ahorro y crédito de su lugar de trabajo.

Aprovechó la facilidad que le brindaba la cooperativa para ir construyendo sus primeros ahorros, pues le permitían incluso hacer los aportes a su cuenta de forma automática al deducirse del pago de su nómina.

“Dinero que no veo, bolsillo que no me duele”, decía ella y ciertamente, de esa forma logró acumular un monto importante de ahorros en su cooperativa, sin tener que enfrentar el dolor de tener que sacar ella misma fondos de su cuenta de nómina para ahorrarlos.

Pocos años después, aprovechando que la cooperativa le prestaba hasta tres veces el monto ahorrado, tomó su primer crédito de consumo con ella. Pagó ese crédito en tiempo récord, pues se le facilitaba hacerlo como otra deducción automática de su quincena.

A aquel primer prestamito, le siguió uno para su primer vehículo, luego para la compra de un solar y eventualmente tomó uno hipotecario, para construir su primer hogar.

Como le resultaban atractivas las condiciones de los créditos, y era fácil acceder a ellos, nunca se molestó en obtener una tarjeta de crédito o préstamo en otro tipo de entidad que no fuera su cooperativa, exclusiva para los empleados activos de su institución.

Durante todo este tiempo, la ya no tan joven Vilma se sentía sinceramente agradecida a su cooperativa: “De no ser por mi cooperativa, ¡quién sabe dónde estaría yo ahora! Pero aquí me ven, con mis ahorros, mi vehículo y hasta mi propia vivienda. ¡Quién lo diría!”

La renuncia de Vilma

A sus 36 años, luego de casi dos décadas trabajando en la empresa, Vilma decidió independizarse. Había adquirido ya buena experiencia y relaciones en la institución donde laboró desde universitaria e identificó un nicho para servir desde su propia empresa.

Al dar sus primeros pasos, necesitaba alquilar un pequeño local. Se lo negaron, salvo que firmara el contrato con alguien de mejor crédito que ella.

Sus ahorros no eran suficientes para adquirir todos los equipos que necesitaba, por lo que pensó en adquirir un préstamo bancario para ello. Se lo negaron. “Usted no tiene suficiente historial crediticio”, le informaron, con pena, en la tienda.

Sacaré una tarjeta de crédito de un límite relativamente pequeño. Con eso resolveré. “Nunca he tenido una”, pensaba Vilma, “pero como en la cooperativa me llegaron a prestar hasta para una vivienda, seguro que no será problema obtener un plástico con RD$10,000 de límite.”

“Lamentamos informarle que su solicitud de tarjeta de crédito ha sido denegada por nuestro sistema”, le anunció casi robóticamente la oficial de servicios de turno en el banco al cual ella se le acercó.

“¿Cómo puede ser? ¡Pero si a mí hasta RD$1,500,000 me prestaron en la cooperativa!” exclamó Vilma, francamente indignada. “Lo lamento, no califica. Su historial de crédito está totalmente vacío. Nuestras políticas no permiten aprobar crédito bajo esas condiciones. Buenas tardes”, se despidió la oficial antes de colgarle el teléfono.

Una realidad de muchos

Aunque hipotético, como Vilma hay decenas de miles de otros casos de dominicanos que enfrentan la misma situación por solo manejar su crédito con cooperativas de ahorro y crédito que no comparten los historiales de pago de sus socios con los burós de crédito del país.

La situación es lamentable por tres razones. La reputación o historial crediticio de cualquier persona vale oro, quizás ahora más que en el pasado pues ya no es solamente asunto de decir que eres buena paga, sino que lo debes poder demostrar.

Un historial de crédito cumple exactamente ese rol: Servir como registro histórico de la experiencia de las personas con el crédito. En el caso del crédito cooperativo, cuya fuente de repago está básicamente asegurada por deducciones automáticas a las nóminas de los socios-empleados, es casi seguro que ese historial será casi perfecto.

Siendo así, es una lástima que solo la cooperativa que preste será la dueña o testigo de que Vilma, o quien sea, es realmente buena pagadora.

En segundo lugar, Vilma fue prudente al manejar su crédito solamente con la cooperativa y de hacerlo bien. Pero pudo haber recurrido, en adición, a otro tipo de entidad financiera (como un banco comercial, por ejemplo) y construir su crédito también por ahí.

Como las entidades financieras desconocen de la existencia de esas deudas con la cooperativa (ya que no se reportan a los burós de crédito), existe un alto riesgo de que el socio de la cooperativa se sobreendeude, al asumir compromisos, posiblemente excesivos, por las dos fuentes, cooperativa y bancaria.

Finalmente, entre los principios fundamentales del cooperativismo están la educación, el entrenamiento y la información.

Es una lástima, y lo escribo sinceramente, que muchas de nuestras cooperativas (ciertamente, ¡no todas!) desaprovechen una oportunidad tan pertinente como lo es el primer crédito de sus socios, para explicarles y enseñarles la importancia que tiene su buen comportamiento crediticio y del cómo esto queda registrado y le puede ser de inmenso valor en sus vidas más allá de las paredes de la cooperativa.

Ojalá que todas las cooperativas que aún no lo hacen, pensando exclusivamente en el bienestar financiero y el capital reputacional de sus miembros a largo plazo, dejen a un lado ese “comesolismo” crediticio y permitan que el buen historial de sus socios sirva para abrirles las puertas al crédito en el futuro, y les resguarde de los excesos del crédito en el presente.

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