Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
columnistas

Cuando Catalina me pinta

Expandir imagen
Cuando Catalina me pinta

¡Abuelo, ponte ahí! Cuando Catalina quiere ordenar algo me llama abuelo, cuando quiere conseguir algo soy abuelito, y ese abuelito dicho casi en canción.

Catalina dibuja. Mi casa está llena de papeles por todos lados de la inspiración de mi nieta: dibujos de unicornios, es su última obra, la familia celebrando, caballos, hombres corriendo, naturalmente la versión de ella como artista.

Es lo único que la aquieta. Se tira al piso y comienza a enlazar trazos que luego, según ella, convierte en obra de arte. Sus padres y nosotros, sus abuelos, los coleccionamos y hasta uno que otro hemos puesto en marcos y colocado en la sala. Tres de mis nietos son artistas en potencia: Ana Marina, de quien tenemos un cuadro pintado por ella cuando era pequeña, además es diseñadora y pinta camisetas y zapatos o tenis; Juan Pablo, el más consistente de todos, vive dibujando muñequitos y es todo un creador, ya tiene sus propias historias hechas y estoy seguro de que en el futuro, si sigue perseverando, se convertirá en todo un artista de los cómics, como los llaman; Elena será chef algún día, que es otra versión del arte.

–Abuelo no te muevas –me ordena la más pequeña mientras se sopla un mechón sobre la cara. Está inspirada.

–Quédate quieto que quiero dibujarte.

Obedezco. Catalina me mira con ojos curiosos y luego trabaja en el papel que tiene en frente, me mira y la miro, me asombra la seriedad que pone mientras hace unos trazos. Su mano se mueve segura. Mientras me mira y veo con la seriedad que asume su trabajo, sonrío y una ternura que no puedo controlar me invade. Saca la lengua, se rasca la cabeza como si lo que se propone le diera un trabajo enorme. Yo, paralizado, la observo controlando mi emoción. ¿Quién me iba a decir que llegaría a abuelo y que alguna vez una niña me pintaría? ¿Quién me iba a predecir tantas emociones, tanta dicha, tanta belleza?

La contemplo como abuelo enamorado, derretido, viendo cómo el pelo se le mete en los ojos y ella lo aparta para no interrumpir su mirada de artista, cara seria, enfocada, entregada a lo que hace como pocas veces la he visto. Por mi mente pasan tantas cosas, tantas emociones, como si todas las penas vividas se borraran con la maravilla de este momento, donde poso para mi nieta.

No importan los resultados, no importa si el dibujo no se parece a mí, siempre me veré en él; el milagro se ha dado ya, la absoluta felicidad de este momento que no tiene precio, contemplar los ojitos de mi nieta que se mueven curiosos detallando mi rostro, mis arrugas ganadas con el tiempo, mi barba y pelo blanco, la historia de una vida reflejada en mi gastada mirada. De repente se detiene.

–Abuelo ya está –me dice emocionada, –espero que te guste, ¿te gusta abuelito?

Tomo el dibujo picassiano en mis manos y, sin poderlo evitar, me brotan las lágrimas.

–¿Qué te pasa abuelito? ¿Por qué lloras?

Ya sabrás la respuesta de estas lágrimas algún día, cuando tengas mi edad y un nieto quiera dibujarte.

Ilustración: Ramón L. Sandoval