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El constitucionalismo: límite al poder

Tanto Horacio Vásquez como sus similares “Mesías” Báez, Santana, Lilís, Trujillo y Balaguer eran el partido, y se creían el país. Hoy el PLD es un partido que se cree el país: “El PLD o que entre el mar”.

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El constitucionalismo: límite al poder

La cultura de diálogo y concertación va de las manos con la cultura constitucional. Hacer de la constitución un texto sagrado, respetado y respetable fortalece la democracia dialogada porque se valora lo pactado, el acuerdo, como fuente de derechos en el campo privado y en la esfera pública.

Construir una cultura de acuerdos sin la cultura de respeto constitucional, en particular el constitucionalismo, es peligroso, produce relativismo, destruye tejido social, diluye soberanía. Si partimos de que el sustento fundamental del constitucionalismo es la creencia en la soberanía de las personas, entendidas como seres libres con capacidad para razonar y que para su mejor convivencia necesitan un gobierno que realice sus funciones dentro de la ley, la Constitución no es solo el primer consenso, sino el más importante de una nación.

Si algo nos enseñó aquel inolvidable septiembre de 1963 fue a cuidar y perseguir la creación de un Estado de Derecho, a la búsqueda incesante de una sociedad en la que la conducta de los ciudadanos y, sobre todo de los gobernantes, se atenga a lo dispuesto por la constitución y la ley. Y si algo nos enseñó aquella gesta aún más inolvidable del 24 de abril de 1965 fue la lucha incesante de este pueblo por la implantación de un gobierno cuya conducta esté limitada por las normas contenidas en nuestra constitución – un régimen que respete las libertades de las personas, evite el abuso de poder y se someta a su propia legalidad.

Por ello, para muchos autores, el constitucionalismo, desde el punto de vista jurídico “es un sistema normativo fundamentado en la preeminencia, por encima de los poderes, de un texto constitucional.” Y desde el punto de vista social, “es un movimiento que procura limitar el poder de los gobernantes de turno con la finalidad de que los intereses personalistas no pasen por encima de las reglas acordadas para la conducción del Estado”. Eso, políticamente, es Bosch y Peña Gómez.

Cuando el Dr. Leonel Fernández planteó el mito de Horacio Vásquez y el continuismo, que prohijaron las modificaciones a la Constitución que permitieron una extensión de dos años del mandato de Vásquez y la intención de revalidar el mandato por cuatro años más abriendo las puertas para la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, para referirse a la coyuntura actual, tiene parte de la razón, pero no toda la razón. El PLD ni el contexto histórico de hoy se asemejan al del 17 de junio de 1927 cuando Vásquez prorrogó su mandato por dos años más: “Horacio o que entre el mar”.

Tanto Horacio Vásquez como sus similares “Mesías” Báez, Santana, Lilís, Trujillo y Balaguer eran el partido, y se creían el país. Hoy el PLD es un partido que se cree el país: “El PLD o que entre el mar”.

Por lo que el mito Horacio Vásquez ahora lo encarna PLD como un todo, por reducir la política al mesianismo coyuntural, por no ser capaz de concertar poniendo al país primero, por no dotar el país con el andamiaje institucional y judicial que fortalezca la transparencia, la rendición de cuentas y evite la odiosa impunidad.

El Horacio Vásquez de hoy lo es el PLD porque las agendas personales de sus dirigentes se mantienen por encima de las agendas nacionales. Más aún el PLD será el Horacio Vásquez de hoy si envilecido, se adhiere al poder presidencial y modifica la Constitución a ritmo de corrupción y dobleces en el congreso

Y en esa hipótesis habrá fracasado no solo como “fábrica de presidentes” al ser incapaz de parir nuevos hombres y mujeres capaces de serlo, sino como simiente de la clase gobernante que soñó Juan Bosch.

Ningún mito existe por sí mismo. El mito de Horacio Vásquez tiene origen reconocible desde 1844 a la fecha. Es la mejor forma de oírnos a nosotros mismos. Porque los mitos no sólo son historias con significados, son historias que dan significado.

Nelson Espinal Baez. Associate MIT-Harvard Public Disputes Program. Universidad de Harvard.

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