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Los cuentos leventes de Sócrates Nolasco (2 de 2)

Sócrates Nolasco agradece a nueve cuenteros el que le transmitieran los cuentos de camino que construyeron su libro. “¿Cuentos Cimarrones, fugados y vueltos montaraces? ¿Cuentos Leventes, cuya aparición primera se borró de la memoria? ¿Cuentos Mostrencos, de antaño extraviados y de autor sin nombre?”, se pregunta Nolasco al introducir su obra. Cimarrones, leventes y mostrencos, son los calificativos que otorga el autor a los relatos que les han sido referidos por Néstor Castillo, Enriquito Ramón, Damián Homero Sánchez, Rafael Matos, Eleuterio Sánchez, Anacaria Sánchez, Fermín Vidal, María Cleofás de Cuesta y Numa Pompilio Sánchez, los habladores que, a su vez, sólo han recibido las historias y las han aliñado al paso del tiempo. Estos fabuladores son los que cuentan a solicitud de Nolasco esas historias que la oralidad ha cosechado y fermentado. Nolasco hará recrecer esos relatos. Les otorgará indumentaria literaria. Les adicionará el estilo que permita registrarlos en la escritura para que no se pierdan en el aire, para que no se extravíen con el paso de las generaciones, para que el ámbito silvestre, áspero, rudo, pesado y levente en que fueron concebidas estas historias adquieran un matiz culto sin desdeñar el valor peculiar, prístino, que el relato atesora como producto de la imaginación popular. Anotemos que la palabra levente, que utiliza Nolasco para definir sus Cuentos Cimarrones, es un puro dominicanismo ya de uso muy restringido que significa persona vaga, sin oficio. El cuentero rural o urbano era, como El hablador de Mario Vargas Llosa “un anónimo contador de historias”, una especie de memoria viviente de las leyendas y mitos colectivos. Su oficio es recoger, madurar o inventar historias para dar vuelos a la imaginación y crear, sin saberlo, una historia paralela a la historia oficial, la de los héroes anónimos y las de hazañas portentosas que nunca fueron reales, o tal vez, lo fueron solo muy parcialmente.

Son veintiuna historias las que nos transmite desde la oralidad Sócrates Nolasco en sus Cuentos Cimarrones. “El que un cuento popular adquiera o readquiera alguna vez indumento artístico, al ser explotado por un escritor, no lo agota ni le resta”, afirma Nolasco al introducir su obra. Y dice bien. Por el contrario, en vez de restarle le agrega valor, sobre todo el valor incalculable de su permanencia en el imaginario colectivo de relatos que, de haberse conservado en la oralidad, se hubiesen perdido cuando los habladores o cuenteros fueran pasando al otro mundo. Al fin y al cabo, las historias eran muchas, pero los cuenteros siempre fueron pocos, de modo que el oficio terminaba siendo muy estimado por los oyentes de la época, cualquiera que esta haya sido.

Nolasco tenía por norma –en el periodismo se engendró y cultivó su pasión por la escritura literaria- publicar estos cuentos en entregas solitarias, una a una y muy espaciadas, en los diarios, y acostumbraba incluso a modificar con frecuencia sus títulos, a veces cambiándole simplemente una palabra. Por ejemplo, el primero de sus relatos se titulaba originalmente “De cómo el hijo del destino consiguió mejorar su suerte”. Para la publicación en libro cambió “consiguió” por “corrigió”. Y así hizo con los demás relatos. En el segundo “De lo que vino a encontrar el que buscaba lo que no se le había perdido”, se tituló en su publicación periodística “El cuento del que buscaba lo que no se le había perdido”. Hay otro que se tituló en el periódico simplemente como “Innominado”, pero en el libro lo titula “De cuánto costó saber quién era el innominado”. Está claro que Nolasco trataba de perfeccionar sus relatos para darle el cariz literario que buscaba y dejar plasmada su obra en la mejor forma para la posteridad, lo cual es un acierto indiscutible de su producción literaria. ¿Influencia cervantina?

El lenguaje es uno de los aspectos más relevantes de esta obra. Si observamos bien, Nolasco adopta un estilo que, obviamente, sustancia la narración, valoriza sus entresijos, hace trascender la eficacia del relato y sus moralejas, que las tienen todas como era la usanza. Pero, no descuida nunca el lenguaje original, el que la oralidad le regaló a través de las narraciones que les hicieron los que colaboraron con él en el referimiento de estas historias. El lenguaje es pues una de las características más resaltantes de la obra; el lenguaje como impulsor de las leyendas, el lenguaje como contraparte eficaz de lo que ha recibido de los cuenteros; el lenguaje como vehículo literario que permita hacer atractiva la historia que cuenta para los lectores ajenos a la andadura de estos cuentos de camino.

De hijos flojos y avispados, de niños moros y cristianos, de marimantas y marimachos, de espantos y aparecidos, de personas sin juicio que andan buscando lo que no se le ha perdido, de andanzas inútiles, de jóvenes ricos resbalosos para el matrimonio, de ricos con colmillos de oro, de tisanas de cadillo y hojas de malva y de purgantes de hojas de sen con cañafístola, del caballo de Juan Aldabot y sus hechizos, de cómo Siña Eufrasia, que había contraído el hábito de comportarse bien, se enfrentó al diablo y lo venció en dos contiendas, de como, desorbitado por el miedo, Ezequiel se disfrazó para esconderse de la muerte, de legados y arbitrios, de lecciones de vida y de bailes de lechuzas, de ánimas ambulantes y de lecciones bíblicas, de historias infantiles y del infaltable Juan Bobo y Pedro Artimaña... De todas estas leyendas se componen estos Cuentos Cimarrones, leventes, mostrencos. Creencias de pueblo, costumbres rurales, ambientación aldeana de mitos engendrados en el imaginario de comunidades deslumbradas por la fantasía de hechos y personajes que poblaron sus días y noches de ensueños, dudas y asombros. Folklore sureño en estado puro. Tradición oral, venida tal vez en gran parte de lejanos horizontes, transmitida desde la escritura para forjar su necesaria permanencia. ¿Real maravilloso? Alejo Carpentier se sirvió de historias de caminos en Haití para enhebrar, al sonido del tam-tam, el alucinante relato El reino de este mundo.

Cinco, en fin, son los peldaños de estos Cuentos Cimarrones: lenguaje, como herramienta literaria imbricada con el lenguaje popular; signos didácticos, como escuela de instrucción del imaginario de la ruralía sureña; fantasía desde la realidad modificada; enlace con lo maravilloso como tradición literaria; costumbrismo y folklore, como expresiones de un estilo de vida y de una esencialidad nutrida de leyendas y mitos.

Don Sócrates Nolasco esperó la edad provecta para realizar su sueño literario. Entresacó ese sueño desde la vastedad del periodismo y sus afluentes. Tuvo la dicha de tener larga vida, pasar por varios gobernantes, de Lilís a Trujillo, todos los que surgieron en ese ancho espacio histórico, y sembrar de historias del sur que lo vio nacer la literatura dominicana, por lo que se ha merecido, con todo rigor y mérito, el derecho a ser uno de los clásicos de nuestra historia literaria.

(En el 60º aniversario de la publicación de los Cuentos cimarrones).

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