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El imperio de la distracción

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El imperio de la distracción
La tecnología, en todas sus formas, también ha alcanzado a los niños y las niñas.

Don Manuel camina en silencio por el pedregoso camino. Siente sus pies conectar con la tierra, mientras su mirada se pierde en la puesta de sol que tizna los sembríos de un tenue halo rojizo. Disfruta enormemente los momentos en que se enfrenta a su propio silencio, inmerso de lleno en el intenso presente que colma sus ojos de beatitud. A sus setenta y cinco primaveras, ha sabido cosechar la paz que ha cultivado con el pasar de los años, absuelto de las redes sociales y los avances tecnológicos que han revolucionado al mundo moderno. Aunque todavía no lo sabe, la capacidad que tiene de escuchar a sus allegados con total atención, de enfrentarse a los abismos de su propio silencio, y de disfrutar plenamente de un irrepetible atardecer, han hecho de Don Manuel una reliquia del pasado, una remembranza de lo que hemos perdido, de aquello que sacrificamos cuando decidimos abrirle las puertas a la tecnología para que reine sobre nuestros espacios más íntimos. Sus habilidades, sin duda, están en vía de extinción.

La Muerte de la Atención: Una Aflicción Moderna

Sus descendientes, que han salido del campo y se han mudado a las grandes ciudades de su país y del mundo, no han tenido la misma dicha de Don Manuel. Sus cerebros se han convertido en un campo de batalla donde la saturación de información se ha apoderado de su capacidad de discernimiento, debilitando su más precioso recurso: la capacidad de prestar atención. Al estar constantemente bombardeados por distractores que los mantienen saturados de estímulos, los descendientes de Don Manuel se han convertido en animales de engorde alimentados por toneladas de información (la mayoría inútil e inservible), que los han convertido en seres humanos vulnerables, incapaces de concentrarse en las actividades que más beneficio le podrían traer a sus vidas. Junto a un gran porcentaje de sus contemporáneos, se mantienen en una hipnosis colectiva que les dificulta luchar por un bien común, y tomar decisiones que los acerquen al ideal de vida que aspiran tener. Le temen al silencio, a los escasos momentos en que sus días le proveen algún espacio para que puedan centrarse, a los temidos períodos en que tienen que lidiar con la insoportable ausencia de estímulos, provocando en ellos reacciones abruptas en las que buscan compulsivamente sumergirse en alguna red social, entretenerse con alguna de las decenas de aplicaciones que tienen sus celulares, perderse en las infinitas frecuencias que les ofrecen sus radios, y aturdirse en el atractivo magnetismo que les ofrecen sus televisores. Viven sus vidas volcados hacia afuera, incapaces de reconocerse cuando se miran a un espejo, porque el estar con ellos mismos se ha convertido en una convivencia forzada con el extraño que les muestra su rostro. Y su escape, su droga, es una tecnología cada vez mas invasiva, más propensa a separarlos de los demás, de apiñarlos en una ciudad alienándolos en sus propias soledades, en sus propios vacíos, haciendo de ellos seres humanos más predispuestos a la depresión y otros trastornos psicológicos que alimentan el desierto de sus almas.

La Cultura: Víctima del Imperio de la Distracción

Y uno de los síntomas más visibles de la saturación informativa de la que sufren los descendientes de Don Manuel es la degradación de su cultura, provocada por la baja calidad de los distractores a las que están expuestos. La tecnología, al darle poder a las masas para que puedan regar su voz, mantienen las vías de comunicación repletas de mensajes intrascendentes, que desnutren las mentes de los descendientes de Don Manuel, empobrecen la calidad de sus lecturas, talan las grandes mentes que influían a sus antepasados, y debilitan la fundación misma de sus valores éticos, morales, y sociales. Han hecho de sus conocimientos una masa amorfa de sapiencias fragmentadas, sin dirección ni juicios de valor. Y aunque sin duda, la tecnología es uno de los más grandes aliados de los descendientes de Don Manuel, y la principal herramienta que les ha permitido incrementar sus niveles de vida muy por encima de sus antepasados, su poder debe de ser regulado, dosificado, administrado a las nuevas generaciones de manera en que puedan pensar claramente, mas conectados a la naturaleza que a los videojuegos, más propensos a practicar deportes que a pasarse los días divagando por entre las borrosas nebulosas de las redes sociales, y más inclinados a sentirse bien con ellos mismos que a necesitar de decenas de mecanismos de distracción para poder consolar su incapacidad de mirar hacia sus adentros. Y para esto, la relación que tienen los descendientes de Don Manuel con la tecnología debe cambiar de manera significativa, utilizando la misma de manera sana y educativa, antes de que esta tendencia los acabe de convertir en las sombras de nuestras sociedades industrializadas. Y desgraciadamente, aunque me cueste trabajo admitirlo, en menor u mayor grado, todos somos descendientes del ya extinto Don Manuel.