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Don Máximo, en el recuerdo

Me parece estarlo viendo, enhiesto como un asta de bandera, con el rostro afable que siempre destilaba paz, con la sonrisa a flor de labios y la palabra amable, nunca hiriente, con la que respondía a todo el que pasaba. Y es que Máximo Antonio Pellerano Romano fue un monumento a la cordialidad, al afecto, a las buenas maneras sociales, al trabajo, a la dedicación, a la entrega y al bien común.

Fue un creador e impulsor de instituciones y de ideas de progreso y de bien social. Su impronta está presente no solo en las empresas que fundó y ayudó a crecer, sino en cuantas instituciones recibieron el influjo de su hombría de bien y de su influencia bienhechora.

Celoso en el cumplimiento del deber, organizado, responsable y capacitado como el que más en la profesión que amó entrañablemente, don Máximo fue ejemplo en vida de rectitud, dedicación y lealtad.

Sus virtudes personales escondían al hombre generoso que hacía el bien sin hacer ruido. Por eso tanta gente humilde lo lloró como se siente la pérdida de un ser tan querido que se considera sangre de su sangre.

Don Máximo formaba parte de una generación que alcanzó una sólida posición económica sin ofender a los pobres. Por el contrario, dando el ejemplo de lo que puede el trabajo duro y constante, junto a una actitud frente a la vida que permite enfrentar el fracaso y el triunfo con el mismo talante porque ambas forman parte del camino que debemos desandar irremediablemente.

Don Máximo fue un ciudadano ejemplar que hubiese honrado a cualquier país del mundo que lo hubiese acogido como suyo. A once años de su despedida de esta tierra, lo recordación con profundo afecto, orgulloso de haber recibido su influencia bienhechora.

atejada@diariolibre.com

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