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Ya estamos en la semana del 8 de marzo más feminista de los últimos años... Quizá sea una resaca del #MeToo, una oleada de reivindicaciones estancadas o un simple ejercicio de corrección política compartido.

El trágico número de mujeres violentadas por sus parejas justifica por sí solo una postura de defensa de los derechos de igualdad. Ese es un tema fundamental, pero hay muchos más.

Para defender la igualdad no hace falta ser especialista en feminismo interseccional. Ni confundir el feminismo con la ideología de género. Ni salir todos los días con una pancarta. Tampoco obviar los inocultables avances que se han hecho: todo a nuestro alrededor está tintado de la presencia de mujeres. Las escuelas, las universidades, las oficinas, los bancos. Los cines, las conferencias, el teatro, los parques, las tiendas, el supermercado. Los consultorios médicos, las oficinas legales, las redacciones, las iglesias...

Las mujeres exigimos la igualdad de oportunidades y derechos y tenemos una visión muy diferente de muchos aspectos de la vida. Una visión que puede llevarnos por caminos diferentes a las mismas conclusiones.

Lo dijo Octavio Paz hace muchos años: la gran revolución de la Humanidad es la de las mujeres. Las mujeres dejando el ámbito privado y saliendo al mundo. A estudiar, a trabajar, a verlo, a intervenirlo. Se nos olvida que esto ocurrió hace solo cuarenta años. Quizá cincuenta. O que todavía no ha ocurrido en la mitad del mundo o que está ocurriendo, ahora mismo, en muchos países.

La clave es la libertad.

Mujeres libres, no solo rebeldes. Esa es la meta. Y tenemos la suerte de vivir en la mitad del mundo en la que ya se ha avanzado enormemente.

IAizpun@diariolibre.com

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