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Suicidios
Suicidios

Toda la tristeza del mundo

Una joven mujer venezolana se suicida. Tiene 23 años y llora desconsoladamente antes de morir. Por la conversación (hay que inferir algunas lagunas) se entiende que está haciendo el gran sacrificio de su vida por los que se quedaron en un país roto. Todo en esta escena es triste, terriblemente triste.

Es la historia de una vida rota. De una familia que no entiende, de una emigración no elegida. Por lo menos no en esos términos. Ella está desgarrada. Toda la escena es extraña. Sus compañeras, la ubicación. Todo está ocurriendo aquí, en el centro de la capital. En nuestras propias narices.

La vida de Yoimar ni siquiera es excepcional, rara. ¿Cuántas mujeres jóvenes no hacen lo mismo, lo que haga falta por ayudar a su familia, por salir adelante, por intentar una vida que tenga por lo menos alguna oportunidad? ¿Cuántas más lo harían, si se atreviesen? ¿Por qué pretendemos disfrazar la realidad, criticando duramente aduciendo principios morales? ¿Cuántas lo hacen sin que su familia se entere para no sufrir además el rechazo de los que ellas están ayudando? ¿En qué momento los demás importan tanto?

Otra joven de 24 años se lanza al mar. Arrastra en su decisión a un hijo de cuatro años. Sus familiares y amigos no entienden la decisión. Buscan sus restos en el malecón.

Toda la tristeza posible en dos historias. Eran tan jóvenes que quizá no sabían que la vida es rara y larga, que esos momentos podrían haber pasado pronto a ser el recuerdo de un mal bache. Que casi todo tiene remedio. Pero ninguna de las dos vieron otra salida que la muerte. Y tenían poco más de veinte años...

IAizpun@diariolibre.com

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