Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
opinion

Aquí estoy ¿y usted?

La pregunta que siempre me he hecho es: ¿hasta qué punto una persona puede cambiar siendo siempre la misma? Me refiero al campo ético y espiritual. No condeno los cambios, y quizás es mejor cambiar cuando usted se levantó torcido y en un momento ha decidido enderezarse, lo cual no ha sido mi caso.

Admito que el problema es peliagudo. En el plano exterior es muy fácil saber si alguien ha permanecido sin grandes mutaciones. Tan pronto encuentra uno a una persona conocida puede emitir un juicio, habitualmente negativo e impertinente del tipo: estás más gordo, qué flaco estás, oh, cómo has envejecido.

Pero desde fuera de los demás, en el plano interior apenas podemos percibir sus cambios. Por la conducta, cierto, podemos observar que alguien se comporta de manera distinta. Podemos notar gustos y relaciones que antes no se tenían. Pero, esos son indicios, a veces falsas pistas.

No existe manera de medir las profundidades de los seres humanos. Es difícil penetrar en la conciencia ajena para desde las entrañas de sus sentimientos, ideas y creencias poder afirmar cuánto hemos cambiado. No es fácil dictaminar que alguien ha cambio en un sentido o en otro. Que lo mejor o lo peor se ha perdido o se ha conservado.

No soy profesional de esas áreas tan profundas y escabrosas, pero puedo asegurar que le he dedicado tiempo a contemplar a los demás y a contemplarme a mí mismo, y hoy confieso mi impotencia: no puedo determinar los cambios morales y espirituales de los otros, sus creencias, sus grandes sentimientos y pensamientos, alojados en la conciencia como en el fondo de un mar insondable.

A lo sumo he podido mirarme a mí mismo y decirme: sí, ése soy yo. Sentado en el movedizo tiempo de mis años, ya un tanto familiar, un tanto extraño, a veces no sé quién soy, verdaderamente. Muchas cosas se han transformado desde entonces, pero al final de cuentas, he permanecido, puedo reconocerme.

Dirán ciertos filósofos de la estirpe de Platón y de Rousseau que la esencia no cambia, y yo lo creo. Pero agrego: las buenas esencias, pues las malas, como el mal perfume, se esfuman al instante sin dejar rastros.

Sé que este tema incomoda a muchas personas, que con sus palabras y actitudes desde hace tiempo han renegado de sí, de su yo profundo, y que siempre viven amparándose en la expresión de Ortega y Gasset: "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo", para justificar sus arribismos, sus oportunismos y sus abandonos de principios originales. No pocas tropelías se han amparado en la filosofía que encierra esa frase.

Eso de que antes fui en mi juventud una cosa y hoy soy todo lo contrario nunca lo he entendido. No me refiero a ingresar a un partido político, ingresar a un equipo de béisbol o acogerse a una religión. Para mí eso es insignificante. Me refiero a la esencia: a la persona, a su propio yo, que a mi entender debe conservar un núcleo irreductible, no expuesto a los vaivenes de las circunstancias, a pesar de la expresión de Ortega y Gasset.

Yo soy yo, y así me gusta serlo siempre; no uno hoy y otro mañana, según los intereses y las conveniencias. Quizás soy retrógrado y nostálgico. Sin embargo, creo que he cambiado mucho desde el tiempo en que para Julio Sauri las chichiguas enredadas en los tendidos eléctricos eran las responsables de los apagones. Pero no he cambiado en lo esencial: en mis profundos sentimientos y creencias.

Lo que más disfruto en la vida es reencontrar a viejos amigos o conocidos, que como yo se han mantenido al pie del cañón de su dignidad y sus convicciones. Sentirme orgulloso de que no hayamos cambiado tanto. De que aparte de mi cabeza cana y la ancha calva del amigo, todavía podemos sonreír juntos y contar viejas historias comunes sin avergonzarnos. Lo que más detesto es exactamente lo contrario.

Aquí estoy. Nunca he renegado de mí mismo ni de mis hechos, y Dios sabe que me enredé demasiado en mi juventud por culpa de mis pasiones e ideas, que hoy conservo en lo fundamental, con algunos retoques propios de esta época. ¿Y usted?

matosmoquete@hotmail.com