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El arquitecto turco

Los gobernantes, a lo largo de la Historia, han construido para demostrar su poder. La ciudad, los pueblos, han sido el escenario en que han representado su papel, su obra.

Somos como vivimos. Los arquitectos y los urbanistas nos movilizan o encajonan, nos permiten respirar o nos atrofian. Hacen nuestra vida mejor o sencillamente nos la fastidian. Ellos... y los alcaldes y concejales que hacen, cumplen o incumplen las normas de desarrollo urbanístico.

A un alcalde habría que reelegirlo o despedirlo en base a preguntas tan sencillas como ¿la ciudad está más limpia que cuando llegó? ¿Hay menos ruido? ¿Se respetan los espacios públicos, se cuidan? ¿Cualquiera construye donde le da la gana? ¿Los peatones ganan espacios o los pierden? ¿Hay más y mejores zonas verdes, funcionan las alcantarillas, el alumbrado...?

El poder político, definitivamente, se ejerce también a través de la arquitectura y el urbanismo. Una de las consecuencias más sorprendentes de las recientes protestas en Turquía ha sido que el Parlamento turco revocó el derecho de un sindicato de arquitectos y urbanistas para aprobar proyectos de construcción. Recuerden que todo el lío estalló por el proyecto de hacer un centro comercial en un gran parque público... Las grandes plazas son hoy, en esas latitudes, amenazas para el poder.

Los políticos tienen el poder (y lo ejercen) de manipular nuestras vidas a través de la (des)organización de nuestras ciudades. Y de doblegar, anular si hace falta, a los que saben de eso. Como al arquitecto turco.

IAizpun@diariolibre.com