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El estatus

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El estatus

Hoy, la palabra crisis llena los espacios. Crisis económicas y financieras; crisis de las verdades, de los valores y de las ideologías; crisis de los compromisos ético-sociales.

Hoy es evidente la crisis del humanismo y hasta del ser humano. Y en ese tenor se habla de la emergencia de nuevos valores bajo las rúbricas del postmodernismo, el transhumanismo y el posthumanismo.

En esas crisis, el valor de las personas, las cosas y las instituciones no se miden por lo que son y lo que hacen sino por el estatus.

Hoy el estatus es el valor principal. Es decir, la marca que proyectamos. La imagen. En eso consumimos, como principio y fin, nuestros mejores afanes.

La tendencia que se ha ido imponiendo en esta sociedad es la de invertir más tiempo y dinero en hacernos de un estatus y conservarlo que en resolver las reales necesidades y en ser nosotros mismos.

Por tanto, hoy todo es un signo. Usted no tiene que ser alguien. No tiene que saber nada. No tiene que hacer nada. No tiene que ser útil ni resolver nada. Haga parecer como si fuera, hiciera o resolviera, solamente. Ese es el sentido; el mejor sentido de la época: el simbolismo y la apariencia.

Por eso, en este mundo de crisis de los valores, las actividades principales son el mercado y la política. En esos dos ámbitos todo es imagen. Las acciones son imágenes. Los productos son imágenes. El consumo es imagen. Los conceptos son imágenes. Los placeres son imágenes.

La vida se vive en una doble y triple dimensión. Es un espejo multiplicado. Y he aquí el papel importante de la publicidad, la principal hacedora de imágenes del mundo actual. Por eso, lo que vale es la encuesta, la opinión, el rating.

En esta época, si el estatus es el gran valor, el relativismo la gran ideología. Una cosa va con la otra. Todo se disfraza de libertad absoluta y diversidad. Pero, la uniformidad es lo que realmente predomina. Cada vez se erigen más controles en los comportamientos humanos. Siempre es más de lo mismo.

Pero, la diversidad hoy es proclamada como un gran valor, que requiere otro gran valor: la tolerancia. Todo es válido. Se nos dice: no existe una sola mirada, una sola verdad, un solo propósito.

Y si todo es válido es porque nada vale. Todo se reduce a un punto de vista, a un parecer. A un sentido, a sentidos. En fin, solo es cuestión de estatus.

Ya lo decía una vieja canción. Todo es cambalache: da lo mismo ser un gran doctor que un gran ignorante; una persona honesta, que un delincuente. Pero con estatus.

matosmoqueteotmail.com