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En directo-En honor a Cristiana Díaz (Chana)

Eduardo García Michel

Al casi cumplirse los 50 años del trueno potente del 30 de Mayo que cortó la arrogancia, brotó la esperanza y redimió a un pueblo hasta entonces sumiso, se ha ido, en silencio.

Huyendo a las honras se ha marchado en sigilo, sacándole el cuerpo a las vanidades eternas. Ella, referente del hecho.

¡Cuánta grandeza albergó su espíritu! ¡Y qué peso enorme le dejó el destino!

Se ha escapado a escondidas como si no hubiese querido celebrar esta vez la fecha gloriosa.

Porque a esa distancia el cansancio duele. Y porque el dolor se acumula y se echa en falta la presencia de los grandes ausentes.

Le pudieron las ansias. La arrebató la alegría de un sueño instantáneo en que lo vio, haciéndole un guiño. Y acudió al llamado, porque ya era justo que volviera a encontrarlo.

Que vacío se crea.

Ya la gesta se aleja; no la tocan las manos. La asume la historia, cada vez más distante.

Se ha ido.

Tal vez fue un milagro, pero nadie se explica cómo un cuerpo tan frágil pudo aguantar tal carga pesada, ni su mente despierta soportar ese lúgubre horror.

Movió los hilos, sorteó el destino. Conoció el detalle de la conspiración grandiosa, se envolvió en ella. Insufló su fe.

Valiente, serena. Y por demás bella.

Inspiración y sostén de aquel general a quién la historia llamó y se hizo presente en la gesta sublime.

Le ofreció su aliento; le otorgó su apoyo y no permitió que hubiera nunca desfallecimiento alguno.

La conjura de mayo sin ella pudo no haber sido; con ella, afortunadamente, fue.

Mujer inmensa.

El ramalazo de gloria que sirvió para el triunfo de un pueblo oprimido, como cruel paradoja la dejó lacerada por el costo en sangre que se cobró la hazaña.

Después ya no fue vida.

Se convirtió en un símbolo, en estandarte vivo.

Ahora, ya se ha ido; solo queda un espacio enorme que la memoria deberá cuidar con respeto y celo.

Ya no habrá otra Chana, pero tal vez a partir del instante en que ha dejado de estar, de su estela sencilla surja un faro de gloria que alumbre el destino para que nunca se esfume el soplo de luz que los mantuvo unidos.

¡Quién sabe!

Descansa en paz y ojalá encuentres en el vagar incorpóreo el aliento y calor de tus seres queridos, que perdiste quizás para siempre en aquel lejano tiempo del relámpago heroico; aquellos a quienes nunca olvidaste, a los que tanto lloraste, a los que mantuviste en el regazo exclusivo de tú corazón generoso y amplio, para orgullo de todos.

Hasta luego, con la admiración fervorosa que solo se profesa a los que dejan huellas profundas, como las dejaste tú.