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“Ante la tumba de mi padre”

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“Ante la tumba de mi padre”

“Una nación está integrada por seres que existen y por seres que no existen porque ya murieron, o porque no han nacido”. Esa afirmación de Edmund Burke en su “The Political Theory” explica la existencia de las naciones como entidades vivas. “Los muertos nos gobiernan...”, decía, y con ellos, todas las generaciones precedentes que asumieron sus responsabilidades, en diferentes formas y circunstancias.

La integridad y continuidad histórica de cualquier nación depende de ese compromiso intergeneracional. Cuando murió mi abuelo paterno, mi padre, Américo Espinal Hued, escribió agradeciendo la vida digna, de servicio y valores de su padre, también lo titulaba “Ante la tumba de mi padre”. Desde aquel entonces recuerdo la famosa frase con que culminaba su escrito “los hombres pasan, los principios quedan”, con ello estaba convencido que el devenir de los pueblos es sobre todo un compromiso intergeneracional. Hoy nos toca escribir y honrar su memoria.

Los humanos somos seres históricos siempre buscamos en el pasado las claves para entender el presente y proyectar el porvenir de una persona, una familia y una nación, decía Burke. Por eso la historia se escribe y re escribe. Por eso son tan poderosos los mitos fundacionales. La fuerza de esos mitos la proporciona los principios perenne que anidan en el espíritu humano para provocar los cambios cualitativos que merecen los pueblos.

De niño vi a mi padre comprometido con la libertad y la democracia, con la justicia y la transformación social. Ser juez del Tribunal de Tierras, Abogado del Estado y Procurador General de la República implicó enfrentar a los poderosos, incluyendo los más cercanos. Su mayor satisfacción había sido ser electo Senador de la República en el primer ensayo democrático post tiranía de Trujillo junto al Profesor Juan Bosch y a partir del golpe de estado de septiembre de 1963 constituirse en Senador Constitucionalista. Su consciencia histórica y sus convicciones políticas lo llevaron a poner en alto los mitos fundacionales de nuestra nación.

Como Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado fue invitado por el Departamento de Estado en los EE.UU., siendo su contraparte en Washington D.C. el también Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, el prestigioso Senador William J. Fullbright, con quien entabló una relación de amistad y respeto mutuo. Supo decirle en el Capitolio: “El profesor Juan Bosch está presidiendo un gobierno democrático que busca una verdadera revolución social dentro de la democracia. No somos comunistas, somos demócratas.”

Para mi padre, el gobierno de Bosch era la insignia indeleble de algo que no llegó a ser, pero nunca podemos dejar de luchar para que sea. Junto a el aprendí que el Boschismo es método para entender y analizar la sociedad dominicana, para abordar e incidir en la política con el objetivo de mejorar la vida. En el 1973 decidió quedarse al lado de José Francisco Peña Gómez a quien le reconoció siempre su liderazgo, su desprendimiento y su visión.

Siendo Peña Gómez presidente del PRD fue a Santiago a reconocer “al Dr. Américo Espinal Hued, por su trayectoria, su responsabilidad y su compromiso con la nación.” Verlo presidente de la República era el gran anhelo de mi padre, verlo morir en mayo de 1998 fue ver morir la superación personal y la meritocracia, fue ver morir la redención del pueblo humilde, fue ver morir la posibilidad de que la Revolución de Abril se juramentara en la Presidencia.

Para los grandes de esa generación “la política es el medio superior de revelar y realizar los grandes designios nacionales y espirituales, de la colectividad y para la colectividad” (Arturo Uslar Pietri), por eso mi padre fue a la política a servir. Salió del poder con menos dinero y más dignidad. Así era la política de los grandes. Ahora nos toca a nosotros levantar esa bandera y rescatar la política en grande.

En efecto, “los hombres pasan, los principios quedan”.

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