Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales

Arandelas de Bruselas y Madrid

Aquí, en la República Dominicana, no cesa de mencionarse la seguridad jurídica como factor básico de atracción de la inversión. Mencionarse, pero no necesariamente aplicarse.

Bruselas se ha convertido en la capital política de Europa. Ahora cuenta con un sector urbano dotado de edificios impresionantes que sirven de sede a organismos plurinacionales, como la Unión Europea o la OTAN.

La ciudad alberga colmenas de funcionarios, cuya pretensión es dirigir el curso de la Humanidad, si no fuere por el creciente sentimiento nacionalista que obstaculiza la materialización de ese designio. Y es tributaria de ingresos provenientes de distintos lugares del mundo, fuente de financiación de esa compleja y pesada maquinaria.

Allí la inmigración muestra su presencia; poco a poco va dejando huellas que conllevan cambios en las costumbres o rechazo a su influencia. El populismo europeo existe; se percibe. Los refugiados e inmigrantes son bienvenidos como expresión formal, cuando en el fondo los rechazan por razones raciales o, en este momento, de seguridad.

En medio de las luces de esa Bruselas exquisita, relucen los botellones organizados por la juventud itinerante, con la correspondiente acumulación de basura; detritus que amenazan con tragarse a la gran capital, por lo menos en su centro urbano.

Las multitudes transitan por las calles, embelesadas por el predominio de los wafles y el chocolate. Conjuntos humanos recorren los iconos culturales como la Grand Place, o el Mannenken Pis. Refinamiento occidental, complementado con el consumo compulsivo.

Brujas y Gante son los grandes iconos de la Bélgica de hoy. Pero si algo impresiona a una mente que ama la naturaleza, es la serenidad y armonía de los campos situados en la gran planicie que conduce al mar. Perfectamente cultivados, delimitados.

Ganado, hortalizas o huertos, parecen salidos de una pintura de la escuela flamenca. Allí habitan agricultores y ganaderos que resultan recompensados por el proteccionismo comunitario, y que poseen alto nivel educativo.

En la cercanía de las fincas pueden verse pequeñas aldeas, provistas de todos los servicios, escuelas, centros de salud, religiosos, supermercados, tiendas, oficinas, lugares de diversión, calles asfaltadas, a modo de urbes en que nada falta. Ingresos y servicios de calidad.

Esa es una realidad muy lejana a la de nuestros campos y agricultores, carentes de todo; para empezar, desprovistos de ingresos suficientes o de servicios.

Hay una diferencia abismal entre ellos y nosotros, que lleva a la pregunta de cómo se puede competir en condiciones semejantes. O de cómo el mundo va a reconciliar las diferencias que los separan. Pregunta que este país debería apresurarse a responder, porque no habrá desarrollo social mientras persista el estado actual de cosas.

Algunos dirían que en parte la solución depende de otros, de aquellos, de los demás, puesto que cambiar el proteccionismo agropecuario de los países industrializados es una labor ciclópea, tal vez imposible. Pero, en la otra parte, en la que sí nos corresponde, por lo menos se debería llegar a que fuéramos dueños del destino propio, a poder modificarlo por medio de la aplicación de políticas que cambien la forma de producción y vida en el campo.

Es ineludible y urgente el surgimiento de una revolución tecnológica, pareja a la mecanización y capitalización de la agropecuaria, para orientarla a la exportación y al desarrollo acelerado de las agro empresas, algunas por medio de cooperativas, otras por vía de la iniciativa privada.

Al fin y al cabo, ya el campo dominicano se ha vaciado de población local, sustituida por haitianos. La mecanización y capitalización sustituirían esa mano de obra extraña, aumentarían la productividad, harían posible incrementar las exportaciones en forma exponencial, elevar los ingresos y nivel de vida de quienes permanezcan en el campo.

Tal vez así, acompañando el proceso con inversiones públicas robustas, pudieran brotar en nuestros campos pequeñas aldeas que dispusieran de servicios de calidad. Quizás de esa manera pudiera llegar a florecer el campo dominicano.

En otro orden, en Europa, más al sur, está Madrid, consolidada en su esplendor y variedad. Llama la atención que su actual alcaldesa, mujer luchadora y meritoria, haya dejado de cobrar algunos arbitrios de agua y procedido a rebajar la calidad del servicio de limpieza urbana, como si la suciedad fuera de izquierda y la limpieza de derecha. Paseos maravillosos, como Recoletos, ahora lucen sucios, repletos de colillas de cigarrillos.

Pero lo inimaginable en un país del G20, es la presencia de los okupas. Los okupas preferidos, tolerados, y los que no. Se disputan la toma de edificios públicos y particulares en un ejercicio fascinante de populismo, en un entorno social con predominio de las leyes, pero que en estos casos se subordina a lo que es popular.

En el mundo ya nadie sabe a qué atenerse. O, a lo mejor, es una vacua pretensión creer que alguna vez se haya sabido.

Aquí, en la República Dominicana, no cesa de mencionarse la seguridad jurídica como factor básico de atracción de la inversión. Mencionarse, pero no necesariamente aplicarse. Mientras que allá, a pesar de la vigencia del imperio de la ley, se tiende a coexistir con esas áreas grises sin que se sepa hasta dónde podrían llegar si se las dejara discurrir a su propio vaivén. Urbes y campos, enlazados en el relato; unidos por la realidad.

TEMAS -