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Ciudad Colonial
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Centro colonial de la discordia

Dicen que los arquitectos son sempiternos soñadores. De su rica imaginación brotan obras de impresionante belleza y funcionalidad. Pero a veces su imaginación no conecta con la realidad y el resultado es tan mostrenco que aturde los sentidos. Tal sería el caso del Centro de Eventos propuesto para las ruinas de San Francisco de la Ciudad Colonial (CC). Muchas evidencias sugieren que, por pifia del arquitecto, este no tiene justificación.

El Centro es parte del proyecto de restauración de esas ruinas patrocinado por el Programa de Fomento al Turismo en la CC del MITUR. Este ha sido blanco de numerosas y punzantes críticas porque representa un giro estrambótico a las nociones prevalecientes localmente sobre la restauración de monumentos históricos. Mientras el proyecto propone una agresiva intervención de las ruinas para darle múltiples usos, aquí se prefiere su simple mantenimiento.

La más contundente razón por la cual el Centro no tiene sentido es que las facilidades para eventos y reuniones en la CC son muchas y están subutilizadas. Quien esto escribe inventarió 26 facilidades de este tipo, albergadas en museos, conventos, logias, capillas, centros culturales y otros edificios con una variedad de usos. No se contaron los salones de una capacidad menor a las 50 personas ni los de iglesias, hoteles y otros establecimientos. Tampoco se incluyeron los muchos patios donde se celebran eventos sociales y culturales.

El Centro tendría una capacidad para 200 personas y las facilidades existentes en la CC hasta sobrepasan ese límite. La de mayor capacidad es la Iglesia Bautista de la calle 19 de marzo esquina José Gabriel García, la cual tiene un salón que acoge hasta 400 personas. (Los jóvenes del barrio lo usan para jugar basquetbol y el edificio entero permanece cerrado.) El resto del inventario lo componen dos facilidades con capacidad de 300 personas, dos de 250, cinco de 200, cuatro de 150 y cuatro de 100. Algunas facilidades están en buenas condiciones, otras están cerradas y sin uso y algunas necesitarían una remodelación.

Según fuentes autorizadas, la ocupación promedio de las facilidades estaría por debajo del 20% durante el año. Eso sugiere que existe un exceso de facilidades y de capacidad. Construir otra edificación similar no tendría sentido a menos que el flujo turístico extranjero cambiara el escenario. Si el propuesto Centro orquestara eventos redituables, ese flujo le daría factibilidad económica. Pero si más de medio millón de extranjeros visitan Santo Domingo anualmente y estos podrían subir a un millón en los próximos diez años, la composición proyectada de ese flujo tampoco lo justificaría.

Actualmente, los visitantes extranjeros de la ciudad no están generando ninguna demanda para las facilidades existentes en la CC, amén de que la mayoría es gente de negocios que pasa el día trabajando. A juzgar por la escasa asistencia de extranjeros a los espectáculos nocturnos de la ciudad, es poco probable que las actividades nocturnas del Centro puedan convertirlos en una demanda importante.

Los otros extranjeros que visitan la ciudad y cuyo volumen ira aumentando son los cruceristas y los excursionistas diurnos procedentes de Bavaro-Punta Cana. En ambos casos la estadía en la ciudad no es mayor de seis horas, y aun cuando destinaran todo ese tiempo a la CC, la posibilidad de que acudirían a eventos en un recinto cerrado seria remota. El magneto de estos visitantes es toda la CC y, entre recorrerla toda y consumir un almuerzo, prácticamente no tendrían tiempo para encerrarse a ver un evento diurno.

Por otro lado, se oyen rumores de que el Centro se destinaría a un uso enteramente comunitario. Pero su esperada suntuosidad y modernidad crearían sin duda un enorme contraste con el vecindario, además de que, sin tradición de uso de este tipo de facilidad, los comunitarios podrían convertirla en un elefante blanco. Y aun si el Centro se destinara a toda la CC, su suntuosidad no sería congruente ni con las actuales necesidades de este tipo de facilidad ni con los rasgos físicos del entorno colonial.

Estas consideraciones, sin embargo, no serían relevantes para evaluar su factibilidad. Lo relevante es que el Centro representaría un privilegio para el sector de San Antón frente a los demás sectores de la CC, generando así gran discordia ambiental. Mientras el financiamiento del proyecto sea público –aunque provenga de un préstamo externo- su uso debe estar sujeto a las consideraciones de equidad que rigen al gasto público. Ni siquiera si la suntuosa edificación fuera privada se podría vislumbrar una justificación.

Demás está revisar el inventario de facilidades para eventos que existe en el resto de Santo Domingo. Es de todos conocidos que solamente las existentes en los hoteles serían suficientes para concluir que no hace falta un “centro” más, en vista de que ni siquiera los hoteles grandes alcanzan una ocupación aceptable de sus salones. Lo que la ciudad necesita es un centro de convenciones que acoja miles de personas a la vez. Y eso es muy diferente al Centro propuesto.

Ya que estos simples razonamientos han mostrado que no hay “factibilidad” para el Centro, se deben buscar alternativas racionales de uso de esos recursos. La más lógica sería usar los fondos para remodelar las facilidades existentes en la CC y financiar un plan de mercadeo que incremente su utilidad. Así se ayudaría a los arquitectos del Centro a ser más consecuente con las realidades de mercado que deben temperar su imaginación colonial.

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