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Dos malas noticias

Tal vez la literatura pertenezca solo a las élites, pero la comida, en justicia, debe pertenecer a todos.

¿Qué has de confesar? –preguntó el cura al confesante. Padre, dijo el zumbón, ayer creí que era un desobligado redimido puesto que ahora aplaudo que la maestra y el Gobierno ayuden a mi hijo en la escuela y rezo para que él aprenda a sumar. Me acusan de ser un desobligado anónimo. “Buen hermano”, dijo el cura, “has caído en el pecado de ser un mal confesante. Tienes la ilusión de ser un desobligado redimido pero vives como un desobligado practicante”.

La política y el Estado del bienestar constituyen una especie de ambulancia donde son transportados las víctimas del “accidente” benefactor, los muertos y los sueños que los mataron esperando el “bono-escuela” o cualquier otro bono, los que lloran sus fracasos o celebran sus enormes ganancias, la quiebra de sus deseos o sus perturbadoras soledades. Pero sobre todo, es el triste furgón que transporta la falsa creencia de líderes que suponen que el ciudadano no asume el “bono-escuela” como un éxito social a pesar de que neutraliza su obligación de padre, las promesas natimuertas, las lealtades y las cosas que se dan por ciertas pero que no eran más que ilusiones.

¿Cuáles son las dos malas noticias? Aceptaba que como somos un país que produce alrededor del 85% de los alimentos que consume, y que según se estima en los zafacones de familias donde sobra la comida, de los de fondas, terrazas, paradas de pasajeros, restaurantes, hoteles, pica-pollos y cafeterías, anualmente se pierden cerca de 20 toneladas de alimentos cocinados/año, sin embargo, hoy me despierto, atravesado por el puñal de la ironía, con la declaración de la FAO, que por cierto nos debe llenar de vergüenza, de que fuimos incluidos en una especie de “club de países pasahambre”, junto a El Salvador, Guatemala, Colombia y Honduras.

Es posible que nuestras élites políticas, empresariales y académicas, como intento de reducir el bochorno de esa bofetada, digan que en Elías Piña, Bahoruco, El Seibo, Pedernales, Independencia y Azua, siempre hubo gente con déficit de comida, pero resulta que es imposible negar lo dicho por la FAO de que la causa del déficit alimentario en esos pueblos se apoya en la existencia de lo que ese Organismo llama ‘déficit de Estado’, puesto de manifiesto “en la debilidad de las instituciones locales; debilidad de ciudadanía y en el bajo o nulo nivel de participación de los habitantes de esos lugares en la identificación de problemas y soluciones”.

La literatura no pertenece a nadie, se ha dicho ruidosamente. Pero supongo que una sociedad como la dominicana donde nos enorgullecemos de consumir 12.5 millones de quintales de arroz/año, 950 millones de litros de leche/año, 17 millones de pollos, 170 millones de huevos, 63.000 cerdos y 20.000 vacas/mes, según lo publicado por Diario Libre el 11/10/2018 y por fuentes oficiales, parece inverosímil que mientras a muchos le sobra comida, a miles de dominicanos les falte. Tal vez la literatura pertenezca solo a las élites, pero la comida, en justicia, debe pertenecer a todos.

La segunda mala noticia fue que un altísimo porcentaje de los niños que fueron evaluados al finalizar su Educación Básica en Matemáticas y Lengua Española, no pudo superarla. Y que en vez de tomarse a pecho lo dicho por Cicerón de que “el silencio permite conocer lo bueno, lo malo y también lo que no es bueno ni malo, porque ayuda a restarle brillo a los hechos que nos avergüenzan”, la ADP afrontó la porción de la responsabilidad que por fuerza le corresponde en esa tragedia, con las palabras más despreocupantes que se hayan dicho en el ámbito de la educación nacional desde los tiempos de Hostos y Salomé Ureña: “Se quemó el sistema”.

¿Acaso los dirigentes del gremio profesoral no se dieron cuenta que al poner en esos términos la culpa del fracaso de los niños evaluados, que en ningún sistema educativo de occidente existe un doble estándar de culpa cuando el resultado de las evaluaciones es desastroso? Existe un solo estándar, por tanto la culpa es del sistema pero es mayormente del profesorado porque el maestro no puede hacer abstracción del alumno, del contenido de lo que enseña ni del contexto social.

Resultaría difícil para un profesor de Educación Básica, enseñarle matemática comprensible a un niño si dicho profesor y el contexto social no motiva a ese niño a darse cuenta que las matemáticas siguen patrones y que hasta los factores aleatorios que son tan comunes en ellas también siguen patrones. Es verdad que un niño de Básica va camino al pensamiento abstracto y talvez tarde un poco en comprender una proposición teoremática, pero un profesor paciente y animoso ayuda al niño a darse cuenta de que puede comprender un concepto aritmético aunque no domine su extensión. Un niño normal de 5to. grado, si es guiado con entusiasmo, pronto descubre que las definiciones en aritmética no son reales sino nominales, y que por eso no debe pensar en los números como cosas reales o que existen en alguna parte. Que los usamos para no tener que usar los dedos, los codos, las orejas, los testículos y las piernas para contar naranjas, pollos o plátanos.

A los auténticos peledeistas estas cosas nos duelen de a duro porque la dirigencia del partido ha dedicado más esfuerzos y entereza a disputas por posiciones ventajosas y candidaturas, que en apoyar y ayudar los cinco gobiernos del partido en la construcción de una sociedad más justa donde cada ciudadano tenga comida y que de niño aprenda a sumar números y esfuerzos en vez de “bonos”, y así no tener que confesar que era solo una ilusión de que ya habíamos resuelto ambas necesidades.

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