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El desguace territorial y ambiental (y 3)

También hay que controlar la inmigración ilegal, revertirla con decisión y firmeza y recolonizar la frontera...

Siguiendo con la enumeración de casos de desguace territorial y ambiental, presentamos a continuación los siguientes.

Décimo primero. Una capa espesa de material plástico se adueña ya del horizonte en aquellos valles creados para la ensoñación y el disfrute sereno de la armonía del universo, mientras las tierras fértiles son removidas por aparatos alevosos y rechinantes, o en el mejor de los casos recubiertas por toneladas y toneladas de caliche, escombros y desechos para que sirvan de sustentación al andamiaje de la representación nómada, es decir los invernaderos.

Lugares de clima singular en el trópico y de belleza irrepetible, como por ejemplo Constanza, Tireo, Rancho Arriba y Villa Trina, están siendo convertidos en depósitos de plásticos. Es un remedo de la fiebre de oro que en los Estados Unidos movió a decenas de miles de personas a trasladarse en angustia febril hacia el oeste.

Y sucede sin que nadie haya querido percatarse de que nunca debió autorizarse la construcción de estos invernaderos en tierra fértil, de clima templado, paisaje espléndido y con vocación de turismo interno y externo.

En España, de donde viene esa tecnología o una parte de ella, se ubican, sobre todo, en tierras áridas y desérticas como las de Almería. O sea, se aprovecha un recurso marginal y se convierte en fuente de riqueza. Aquí ocurre lo contrario: se destruye riqueza natural permanente y se cambia por riqueza temporal degradante.

Su proliferación en el país en los lugares utilizados, es desafortunada y de un costo social y ambiental enorme.

Ahora se están multiplicando en Constanza, como si debiera de haber un alto peaje a ser pagado a cargo de esa comunidad por el hecho de que se haya parado el atropello a la naturaleza que venía ocurriendo en Valle Nuevo, pendiente de constatación en un tiempo prudente.

Tales invernaderos, ubicados donde se encuentran, están decretando la agonía quizás irremediable del turismo de montaña y segando la veta de ingresos futuros, transformación cultural y desarrollo que pudiera haber representado la instalación allí de lugares de retiro para jubilados de todo el mundo, o del país, o de una agropecuaria amigable con el medio ambiente y la foresta.

Por cierto, y abriendo un paréntesis, no deja de llamar la atención que lo que fuera un importante hotel de montaña, el Nueva Suiza, propiedad del Estado, haya sido entregado en concesión, o no se sabe bajo que modalidad, a empresarios privados para instalar ¡nada más y nada menos que un instructivo y modélico casino de juego!

Bien se sabe del magnetismo de esos centros para atraer el vicio, por lo cual ha de lamentarse que ese recinto estatal, ubicado en un lugar paradisíaco, no sea destinado a propósitos más inspiradores y ejemplarizantes, por ejemplo como lugar de retiro de ancianos, atención a la salud, educativos u otros similares.

Décimo segundo. Bosques secos del suroeste y de otros lugares de la geografía nacional, están siendo expoliados para abastecer de leña, carbón e insumos al país vecino. Algunas crónicas relatan que en algunos de esos bosques abunda población indocumentada haitiana. Se mueven a sus anchas sin que autoridad alguna se de por enterada.

Décimo tercero. A todo lo largo de la línea fronteriza se certifica escasa presencia de dominicanos y abundante de haitianos. La despoblación es una invitación casi formal a la penetración y ocupación de tierras nacionales, como si no bastara con los estragos que produjeron, siglos atrás, las famosas devastaciones de Osorio.

Es patente el escaso interés del liderazgo nacional en crear condiciones de prosperidad para los dominicanos que se asienten y trabajen en esa zona.

Por tanto, una cosa imbricada con la otra, se pierden bosques necesarios y, de paso, se implanta y consolida la semilla de la desnacionalización.

Y así se podría seguir enumerando una larga lista hasta el infinito. Décimo cuarto, décimo quinto...

Solo queda exclamar, ¡por Dios, es hora de empezar a concretar normas estrictas de ordenamiento territorial y ambiental, practicas, adaptadas a las circunstancias de cada pueblo y zona geográfica. ¡Es tiempo de aplicarlas con severidad ejemplar!

También hay que controlar la inmigración ilegal, revertirla con decisión y firmeza y recolonizar la frontera para que se produzca riqueza y se emplee a dominicanos, léase bien, a dominicanos.

El tiempo se acaba. Cada cosa debe hacerse en su momento, no después.

Hay claras evidencias de que la inacción, el hecho reiterado de no resolver nunca los problemas colectivos, ha dado inicio a un proceso en que las nuevas generaciones ya no ven futuro ni sentido a la permanencia en estos dos tercios de isla tan querida, y piensan cada vez más en buscar la oportunidad de abandonarla en busca de horizontes más promisorios.

Por eso urge rescatar el eslabón más débil de esta cadena que ha llevado al estado de calamidad en que se encuentra el país: el factor institucional. Ahí está el meollo de todo. Reforzar las instituciones para que hagan su trabajo y funcionen con independencia es lo único que podría devolver las ilusiones perdidas.

De lo contrario, el pueblo dominicano acabará diluyéndose, absorbido por el tsunami de la inmigración ilegal y desguañangado por los terribles problemas de índole territorial y ambiental que afectan a la nación.

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